Capítulo V: El cazador y su presa

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Saagi lo había logrado, lo consiguió, su fuerza física volvió a hacerle un gran favor.

Lamentablemente, no se pudo haber dicho lo mismo de Ninque.

En unos segundos, Saagi ya había logrado subir a la parte alta de la carreta, pero cuando se dio cuenta, su amigo no estaba.

-¡¡NINQUE!!- Gritó de frustración y desesperación, apunto de que sus lágrimas se hiciesen dueñas de su cara.

Se asomó por el borde, y vio entonces a Ninque colgado del carro, con lágrimas en la cara de dolor y frustración, suplicando a su amigo. Uno de sus pies se había colado entre las maderas de la rueda del carro, y al haberse trabado y a aquella velocidad, no sabía si se lo había roto, pero estaba totalmente dolorido y no podía moverlo.

Saagi puso el cuerpo apoyado en la pared interior del carro, aguantándose también con sus pies, y alargó una de sus manos hacia su compañero. Cuando la cogió, le agarró con la otra mano, y tiró de él fuertemente, tiró con todas las fuerzas que tenía, y sin duda, tiró aún con más de la que podría haber conseguido jamás.

Ninque apoyó su otro pie en una de las maderas salientes como decoración en la carreta y finalmente ambos lograron ascender. Se resguardaron agachados dentro de aquel lugar en movimiento, observando con un profundo miedo que quebraba sus corazones aquella enorme sombra imponente en el horizonte.

De repente, la sombra desapareció, y todo el viento dejó de existir, ya tan sólo los caballos corrían con toda la velocidad que podían, sacando sus lenguas, intentando respirar.

Ambos se miraron, y volvieron a mirar de nuevo a su alrededor, no parecía haber nada que pudiese darles miedo en aquel preciso instante.

Pero la tierra, comenzó a levantarse.

Un enorme bulto de tierra, como si hubiese algo debajo del suelo, comenzó a levantarse hacia ellos, midiendo metros y metros de ancho. A los dos se les comenzaron a saltar las lágrimas de los ojos, tenían mucho miedo, y no tenían ni la más remota idea de a qué se estaban enfrentando.

Cuando dieron su muerte por concluida y se arrepintieron por un momento de haberse marchado de sus casas, el enorme bulto dejó de avanzar hacia ellos, y volvió a esconderse de nuevo en la tierra.

De pronto, los caballos pararon su marcha, y apenas tardaron unos metros en pararse por completo.

Comenzaron a desbocarse increíblemente, algunos querían marchar hacia un lado, otros hacia el opuesto, y con relinches y más relinches, no avanzaron hacia ninguna parte.

Ninque y Saagi se levantaron levemente, poniéndose en pie para mirar a su alrededor, no sabían qué hacer, estaban completamente perdidos.

Y de pronto, una enorme explosión que liberó kilos y kilos de tierra encima de un caballo, proveniente del subsuelo, dejó totalmente invisible al animal.

De pronto, se volvió a hacer el silencio.

De nuevo, todo era un silencio absoluto, sin comparación alguna con otro.

En pocos segundos, se iba disipando lentamente la nube de tierra que había cubierto al caballo. Y para cuando se acabó de marchar,...

Tan sólo estaba ahí el esqueleto del caballo.

A Saagi y a Ninque se les abrieron los ojos como nunca jamás lo habían hecho, y presos del pánico, comenzaron a gritar y a correr en círculos ínfimamente pequeños, estaban totalmente seguros de que ese iba a ser su fin, y que nada les iba a poder salvar.

Pronto, se repitieron las explosiones con otros caballos, y en algunos, la tierra se hundía hacia abajo, junto con el caballo, que intentaba librarse del agujero, imposibilitado por sus ataduras a la carroza.

Saagi y Ninque se abrazaron, no lo podían creer, era el fin.

Pronto, una de las explosiones surgió en una carreta cercana, y esta salió despedida. Lo mismo ocurría a una velocidad abismal en línea recta hacia ellos.

-¡Vamos! ¡Salta!- Saagi agarró con todas sus fuerzas a Ninque del brazo, intentando hacer que saltasen de aquel carro.

Pero no lo consiguieron.

Una de las extrañas explosiones les alcanzó, y salieron despedidos con metros de altura, junto con aquella construcción de madera, y algunos de los caballos que aún seguían vivos, ya malheridos.

Y cuando iban a impactar contra el suelo.

No existió nada. Todo se tornó oscuro y negro.

Las Crónicas de NinqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora