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El día estaba aquí, el resto de mis días a tu lado estaba a la vuelta de la esquina.

Anteayer había sido la última prueba del vestido y hoy me lo entregaban, mi madre estaba que se volvía loca, todo ya estaba preparado, el salón y el personal encargado ya estaba en acción, esto se estaba realizando de verdad y yo aún no podía creerlo.

Mi madre me arrastraba a tirones por la calle, se estacionó a dos cuadras de distancia pues aseguraba que el estacionamiento del local estaría lleno. Por fin llegamos, nuestra presencia se hizo saber en todo el salón con un tintineo de una campana sobre la puerta y la chica detrás del mostrador nos sonrío reconociéndonos.

—Señora y Señorita Moore, buenos días.

—Buenos días,— dijo mi madre.

—Supongo que han venido por el vestido,—mi madre asintió con una sonrisa de cortesía y la chica me miró directamente a mi,— Es el gran día, ¿cierto?

—Lo es,— confirmé sin ocultar mi emoción.

—¿Estás nerviosa?,— me dijo mientras veía unos apuntes en su escritorio y se dirigía a la bodega que bien conocía detrás de una puerta al lado del mostrador. La chica se movía por cada rincón con fluidez, como su fuera su propia casa. Desde que su tía murió hace ya dos años dejándole éste negocio, prácticamente éste era su segundo hogar, había dicho ella.

—Un poco si, más que nada emocionada, es "él chico", ¿sabes?

Sonrío ya con la caja que contenía mi vestido entre sus manos,— Seguro que lo es, mire nada más esa sonrisa Señora Moore, debe ser un buen hombre.

—Tenlo por seguro,— le dijo mi madre mirándome con nostalgia.

Tomé la caja con el vestido que Ana me entregó,— Es mejor que nos vayamos o mi madre se echará a llorar...

Me fulmina con la mirada

—...otra vez.

—¿De que hablas? Si ni he llorado.

—Si, claro,— la tomé del brazo rodando los ojos y la arrastré como ella hizo conmigo por la calle, a la salida del local,— Muchas gracias por todo, Ana.

—No hay de qué querida, feliz matrimonio,— escuché su última risilla en cuanto se cerró la puerta del local de vestidos de novia.

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La puerta de madera vieja sonó en toda la habitación, seguido de una exclamación de sorpresa.

—Diablos...

Reconocí aquella voz y solté un chillido, mi madre lo mataría.

—¡Trevor!,— chillé.

—¡Linda!,— me imitó fingiendo horror.

—Mira, no apoyaba la idea de mi madre de no dejarte verme cuando traía un pijama de corazoncitos... ¡Pero ya traigo el vestido de novia, Trevor! ¿No podías esperar unas horas?

Pero parece que gasté saliva gratis, pues no estabas escuchando mis alaridos histéricos, sino que me estabas mirando, descaradamente, de arriba a abajo con adoración contenida en aquellos hermosos ojos cafés, detallando cada parte del vestido entallado hasta mi cintura, cayendo en una pomposa tela brillosa, por último me ves a la cara, pero con la mirada desorbitada, como si no lo pudieras creer.

—Te ves...— tu voz se oye entrecortada, te aclaras la garganta y por fin pareces mirarme, mirarme de verdad, me ves el rostro, me ves el cabello recogido en una elegante trenza que me rodea toda la cabeza, de lado a lado por la altura de la nuca, la peluquera hizo magia y hasta dejó unos mechones de cabellos sueltos que me provocan cosquillas pero me enmarcan muy bien la cara. En cuanto me vi en el espejo no me podía creer que yo fuera aquella,— Te ves hermosa.

Todo por ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora