La luna de miel llegó en un abrir y cerrare de ojos, casi seguía viviendo el momento del casamiento aún cuando abandonamos nuestra ciudad en un avión; teníamos reservado una habitación en aquel hotel de la costa de Brasil.
Uno pensaría que teníamos citas en restaurantes reservados, más paseos contratados por la costa marina. Y si los teníamos, de hecho. Pero lo primera noche llegamos muy tarde, no había nada que hacer y estábamos en un lugar turístico, decidimos salir a un club nocturno.
—¿Qué te parece éste?
—Muy corto.
Me bajé con la mano el vestido y caminé de una punta de la habitación a la otra, se me volvió a subir.
—¡Diablos!,— me quité el maldito vestido por la cabeza y seguí caminando con mis tacones por la habitación, vaciando mi maleta y rebuscando entre las prendas.
—¿Esa ropa interior es nueva?
—Es nuestra luna de miel, ¿creías que traería algo que me has visto mil veces?,— solté un chillido emocionada, por fin había encontrado un vestido decente. Eran negro, entallado y de manga tres cuartos, me llegaba encima de la rodilla y éste no se me subía.
—Se te ve muy bien ese nuevo conjunto,— me tenías la mirada clavada y yo me dispuse a ponerme el vestido. Hiciste un mohín.
—No es justo, es nuestra luna de miel,— te cruzaste de brazos enfurruñado y te sacudí el pelo tal cual niño de cinco años.
—Anda, salgamos un rato.
Tomé mi pequeño bolso con el celular y un poco de dinero, más el labial que me había puesto. Llegamos al elevador y bajamos al Lobby, de día el puerto se encontraba calurosos, pero al parecer en la noche hacía frío y venteaba horrores. Me froté los antebrazos y me encogí.
—¿Tienes frío linda? ¿Te traigo tu abrigo?
Hice puchero,— ¿por favor?
Sonreíste y diste un paso atrás,— No necesitas hacerme esa cara, ahora vuelvo, entra y quédate en el Lobby.
Asentí y así se hizo, entramos al Lobby y me senté en un sillón mientras te subías al elevador he ibas por mi abrigo.
Cuando volviste tu también te habías puesto el tuyo propio y traías el mío en mano. Me lo tendiste y te agradecí con una sonrisa y un pico.
—Gracias.
—Todo para mi linda esposa.
—¿Ya no es solo "Linda"?
—Ahora también es esposa,— me tomaste de la mano y empezamos a caminar para pedir un taxi.
***************
Desde que aquí todo es difuso, mis recuerdos no se aclaran, aún no logro recordar bien aquella noche pero he hecho lo que he podido.
Recuerdo llegar al club nocturno, fuimos directo a la barra y después de un par de tragos fuimos a bailar.
Estuvimos bailando y bebiendo, lo normal, lo que se hace.
Hasta que alguien puso algo en mi bebida, o eso me has dicho tú. Te volviste loco, recuerdo una cabellera rojiza, estallar en carcajadas por algo que dijo el pelirrojo, pero no era pelirrojo, era rubio, y lo que tenía era sangre.
Lo que pusieron en mi bebida no me dejó recordar más, pues me desvanecí después de minutos de estar desorientada, ni siquiera recuerdo en que momento, o en que lugar me encontraba, ni si caí en brazo o directo al suelo.
Solo recuerdo que en cuanto me desperté estábamos de nuevo en el hotel, estabas sentado en un sillón en la esquina, con las rodillas pegadas a tu pecho y la cabeza enterrada entre tus manos. Tus hombros se sacudían en unos fuerte sollozos. Me llevé una mano a la cabeza, un dolor punzante no me dejaba pensar.
—¿Que sucede?,— traté de pararme y mis pies ni siquiera me pudieron sostener, me sorprendí cayendo al piso y teniéndome que arrastrar a tu lado, se apoderaba de mi una torpeza y cansancio que no sabía que podía poseer, a tal grado de que me temblaba el brazo de solo alzarlo,—¿Trevor?
Te toqué el cabello y levantaste la mirada, las lágrimas caían de tus ojos como una cascada, ni te molestaste en trata de limpiártelas, era inútil. Tu cabello estaba mucho más despeinado de lo normal, tu abrigo te tapaba hasta el cuello, húmedo por tus lágrimas.
Mirarme solo te horrorizó más, abriste tus ojos en extremo y te levantaste de un tirón.
Solo entonces pude entrever tu camisa, debajo de tu abrigo tu camisa azul celeste estaba toda manchada, toda manchada de rojo...
—¿Trevor?,— seguía balbuceando, sentía que tenía todo adormecido.
—Yo no quería hacerlo Raquel,— me atrajiste entre tus brazos y buscaste desesperado refugio en mi cuerpo. Me aferré a ti porque si no caería, mi cuerpo no podía sostenerse por si solo.
—¿Que sucedió?,— te susurré en el oído.
—Lo maté,— me congelé, mi mundo se paró, la piel se me erizó y tus brazos de pronto me tenían agarrada con aún más fuerza. Como si temieras que tu confesión me haría apartarme en un segundo. Tal vez lo habría hecho de no estar en tan mal estado, tal vez tampoco lo habría hecho porque me dejó paralizada, en mi lugar, sin moverme un pelo, procesando las palabras salidas de tu boca, queriendo creer que estaba mal interpretando todo.
Pero aunque no tenía memoria algo era muy seguro, y es que las cosas había resultado fatal.
—¿Qué... ¿a un perro? ¿Tal vez un gato...— sabía que no era nada de aquello, mi mente empezó a atar cabos sola y no podía esperar nada bueno.
—A un hombre,— sorbiste por la nariz,— maté a un hombre.
Te volviste a romper, te sentí romperte en mil pedazos entre mis brazos. Y ahora no sabía quien necesitaba más apoyo, si tú o yo.

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Todo por ti.
Mistero / ThrillerCometiste un error, y yo te perdoné. Y entonces te perdí. Y al final a mi también.