*Narra Juana*
-Tía, nos hemos perdido.
-Fulgencia, cállate ya.
Seguimos andando por lo que parecía un denso bosque.
-Nos heeeemos perdiiiiidooooo.
-O te callas o te callo.
-¿Cómo piensas callarme?-Me desafió Fulgencia.
-No me tientes, que puedo meter la mano en el bolso y destrozarte con lo que saque.
-Repito, ¿cómo piensas callarme?
Metí la mano en el bolso y saqué el molde del pene de Sandrito/a, que le hicieron el día de la operación. Sí, el implante de pene.
-¿Qué cojones haces con es...?
No la dejé terminar, antes de que pudiese seguir hablando se lo metí en la boca.
Me miró con cara de qué-rico-está-esto y levantó un pulgar. Lo chupaba cual niño chupando un caramelo.
Seguimos andando durante tres horas. Me dolían los pies y no sabía dónde estábamos.
-Oye, ¿esa no es mi casa?
-Hostias, es verdad.-Me paré a pensar y seguí hablando.-Fulgencia, tú eres tonta.
-Alah, ¿por qué?
Hizo un puchero y me dio un guantazo. Sí, con un guante que supuse que había sacado de su misterioso escondite situado en el fondo de sus pantalones.
-Llevamos cinco horas andando, perdidas, ¿y sabes lo mejor de todo? Estábamos en el pequeño lago de al lado de tu casa.
Me rei falsamente.
-Puta vida.
-Tete.
Me pegó un tiro en el pie y empecé a sangrar.
-Tía, llama a tu hermano para que me lleve al hospital.
-No hace falta.-Dijo una voz procedente de mi bolso.-Ya estoy aquí.
Manolo salió de mi bolso mágico.
*Narra Fulgencia*
Me alejé mientras los dos empezaban a liarse, se habían echado bastante de menos. Y eso, que no se querían.
Desesperados.
Las calles de Cachondeo estaban muy solitarias. Lo pudimos comprobar cuando atravesamos las vallas. Literalmente. El bolso nos daba el poder para atravesar cosas.
Como era Juana la que llevaba el bolso, tomó un paso bastante rápido y nos quedamos enganchados a las barras. Notaba como el hierro atravesaba mi cerebro y me hacia perder neuronas por momentos. Manolo ya estaba babeando. Había perdido todo lo que le quedaba.
Juana al darse cuenta volvió haciendo la croqueta a lo Jamesa Bon.
Parece que soy la única normal, pensé, mientras me sacaba otro moco y me lo metía en la boca para saborearlo. Cada día estaban más salados.
-Mmm,-No lograba articular alguna palabra después de aquel exquisito manjar de dioses.
-¿Y Manolo?-preguntó Juana.
Me di la vuelta para encontrarme a un Manolo puesto a cuatro patas, y babeando cual perro. Definitivamente, la barra le había quitado todas las neuronas.
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Era lo único que pasaba por mi cabeza.
Necesitaba un puto pene.
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Scary ass.
HumorNovela humorística. No apto para cardíacos. 0 [Parental advisory, explicit content.]☝