Capítulo 1

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La sala de espera se estaba convirtiendo en un verdadero infierno para mí, lo único que veía y escuchaba eran llantos y dolor, almas en pena sufriendo la incertidumbre de no saber que les depararía el futuro a quienes esperaban volver a ver con inmenso anhelo; familias completas con los corazones desgarrados, chorreando dolor a borbotones y nadie que pudiera con certeza parar la hemorragia emocional.

Decidí que escondiendo mi rostro en mis manos no vería tanto sufrimiento y podría mantener todo lo que estaba sintiendo en estos momentos, dentro de mí, donde luchaba con todas mis fuerzas para que los sentimientos permanecieran , no quería que explotarán como una granada hacia el exterior. No soy un chico que deje salir fácilmente sus emociones, más bien seria ese hombre al que todos describen como frio, sin corazón, sin ningún pudor, mujeriego...ya saben, el típico imbécil que no sabe apreciar lo que tiene enfrente hasta que sin previo aviso se lo arrebatan de las manos, y es entonces cuando te arrepientes de todo lo que has hecho, de las estúpidas decisiones que has elegido, de la vida que has llevado, de lo que te has guardado pensando que de esa  manera eres más hombre, de todo lo que has hecho sufrir...pero de lo que más te arrepientes es de nunca haberle dicho a esa persona que la amabas con todo el corazón, tanto que dolía. Tanto que hasta todos sus defectos la hacían perfecta, tanto que hasta la forma en la que caminaba te parecía perfecta, su sonrisa, la forma en la que fruncía el ceño cuando  no entendía algo, como rodaba sus ojos cuando decían algo que a ella le parecía tonto. Amaba todo de ella y aun así no fui capaz de apreciar su corazón, que sin pedir nada a cambio me había entregado, de una forma tan pura y verdadera que te hacia meditar en si de verdad aún quedaban personas tan inocentes y buenas en este mundo.

Mi pierna se movía rítmica y constantemente, dando golpecitos en las frías baldosas cada un segundo. La media hora que había pasado aquí sentado, había sido la media hora más larga de mi vida. Cada segundo que pasaba era tiempo preciado que me arrebatan de su lado, los nervios me carcomían lentamente y la preocupación estaba inundando todo mi ser, no dejándome pensar en algo positivo. En mi mente se repetían las mismas imágenes una y otra vez; ella viéndome de una manera que nunca podré olvidar, como no pudiendo creer lo que veía, destilando decepción por montones. Y entonces sus ojos brillando por el líquido acumulado y retenido, lágrimas derramándose a montones y cayendo por su hermoso rostro...Basta, no puedo seguir pensando en ello y seguir torturándome por mis errores. Lo echo, echo está, y aunque por mucho que lo deseo, no puedo cambiar lo sucedido. Pero a quien quiero engañar, si tan solo no me hubiera dejado llevar por mis supuestos amigos, nada de esto estaría pasando.

Los que supongo serán los familiares de la chica que ha muerto recientemente me miran con enfado, dejo de golpear el suelo con mi pie y me levanto. Camino por el pasillo tratando de despejar un poco mi mente, pero es obvio que no lo voy a lograr. ¿Y quién lo podría lograr sabiendo  que tu novia, la chica a la que amas y con la que quieres pasar el resto de tu vida, se encuentra detrás de una puerta corriendo el riesgo de perder la vida? Vuelvo a sentarme, pero al segundo me paro y vuelvo a caminar por el pasillo, siento que si no estoy en movimiento terminaré volviéndome loco. Es tanta la desesperación de no saber qué está pasando dentro de esas cuatro paredes, que término golpeando la pared con toda mi fuerza, sé que haciéndolo no voy a arreglar la situación ni tampoco voy a hacer que ella se cure mágicamente, pero por lo menos puedo sacar toda la furia y la impotencia que siento al saber que no puedo hacer nada por ella.

Siento como una mano se apoya en mi hombro de forma consoladora, apoyo mi frente en la pared y cierro fuertemente los ojos tratando de ahuyentar las lágrimas que amenazan con salir. El pequeño apretón en mi hombro se transforma en un abrazo por la espalda. Me doy vuelta aun en sus brazos y dejo mi cabeza en el hueco de su cuello, me abrazo a ella fuertemente, olvidándome por completo de lo delgada y débil que es. Pero ella no se queja, sabe que a pesar de aparentar ser el hombre frio y rudo, sigo siendo el niño llorón que necesitaba de los abrazos y besos después de una caída y un rasmillón.

Se me escapa un gemido de los labios, ni siquiera me sorprendo de lo lastimoso que ha sonado, como a un animal herido que suplica por ayuda. Es fácil retener las lágrimas hasta que llega alguien y te abraza; dicen que los abrazos fueron creados para demostrar el cariño a una persona sin tener que decir ni una sola palabra, y en estos momentos lo que más necesito es sentirme querido, sentir que a pesar de todo lo malo que he hecho aún hay personas que me apoyan.

—Gracias, mamá—susurro separándome de ella y limpiando unas gotas rebeldes que se han escapado de mis ojos sin darme cuenta.

Ella me acaricia la mejilla con cariño y me susurra:

—Siempre estaré aquí para ti, cariño.

Sus ojos se ponen vidriosos y las lágrimas no tardan en llegar, cuando cae la primera ya no hay forma de parar al resto que le siguen. Esa es otra de las razones por las que no me gusta llorar, porque sé que si cae una, el resto no tardará en llegar y será imposible pararlas.

Guío a mi madre por el pasillo y me siento a su lado. No decimos una palabra más, me mantengo abrazado a ella recibiendo el apoyo que necesito en estos momentos. No tengo el suficiente valor para hablar con ella, ni tampoco fuerzas. Sé que si abro la boca para emitir un sonido, el nudo que tengo en la garganta no me dejará hablar sin que se me quiebre la voz, y el vacío que siento en el pecho tampoco ayuda. Y sé que mi madre se debe sentir igual a mí, en el tiempo que llevo saliendo con Sophie mi madre le ha cogido un cariño inmenso, al igual que mi padre, y es que es inevitable no cogerle cariño, es tan querible, tan tierna, tan buena de corazón y su esencia es tan pura que aunque luches contra el sentimiento, crece en ti sin que te des cuenta. Ella es la correcta, y creo que mis padres también lo saben.

El tiempo transcurre, miro cada un segundo el reloj que se encuentra colgado en la pared, pero pareciera que está en mi contra porque avanza a una lentitud impresionante. Nada parece estar de mi lado hoy, ya no soporto estar aquí sentado sin hacer nada, necesito ver que Sophie está bien, necesito decirle que la amo, que no voy a dejarla ir y que estoy dispuesto a darlo todo por ella, si quiere que cambie, pues así lo hare, puedo dejar de ser el hombre sin sentimientos por ella. No estoy dispuesto a dejar que mi pasado la aleje de mí, no puedo dejarla ir, nada ni nadie me podrá separar de ella, porque sé que lo que siento no lo volveré a sentir con nadie más, ahora más que nunca estoy seguro de que la quiero para siempre en mi vida. Porque sin ella no sé qué haría, el nuevo mundo que he construido junto a ella se desmoronaría si  no está conmigo, no por nada las puertas de mi corazón se abrieron para ella, y  si tengo que sufrir, solo lo haría por ella.

Me levanto decidido de la silla, mi madre me mira extrañada, pero en estos momentos solo puedo pensar en ella, en Sophie. No alcanzo a dar ni un solo paso cuando las puertas del quirófano se abren. Un hombre con bata, guantes, gorro y mascarilla sale de la sala sacándose los guantes blancos manchados con sangre, revisa con su mirada el pasillo y cuando enfoca su vista en mí, comienza a caminar hacia donde me encuentro. Su expresión es neutra y no logro percibir ni un atisbo de cuál será su veredicto. Mi cuerpo entero comienza a temblar de los nervios que me consumen, no sé si aguante de pie si no se apresura, mi madre se para de la silla también y espera al doctor. Él se sitúa en frente de nosotros y toma aire para comenzar a hablar.

Mi último pensamiento antes de que hable es...Te amo, espero que lo sepas.


Descansa PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora