Capítulo 3.

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Por un momento pensé que todo esto era una maldita pesadilla de la que tenía que despertar. Cerré los ojos y conté hasta diez, pensando que de esa forma al volver a abrirlos Sophie estaría a mi lado y me diría ´Te amo, Adam' y por primera vez yo le contestaría de la misma manera; pero al abrirlos me encontré con mi madre llorando desconsoladamente y con la mirada de compasión del doctor.

Las lágrimas me escocían los ojos y me pedían a gritos dejarlas finalmente salir. Por otro lado, el nudo, que se había triplicado, en mi garganta no me dejaba si quiera pronunciar una mísera palabra, quería preguntar si había escuchado bien o si era una jodida broma en donde en cualquier momento el doctor se pondría a reír y Sophie saldría por las puertas del quirófano y me abrazaría pidiendo perdón por la tan estúpidamente estúpida broma.

Cerrar los ojos en estos momentos parecía la mejor opción.

Mis ojos se encontraban fuertemente apretados, mientras yo me negaba a aceptar la realidad, cuando siento como una mano se apoya en  mi hombro y me lo aprieta suavemente, un gesto típico de mi padre para consolarme. Con mis ojos ya abiertos me giro para mirarlo a la cara.

—Lo siento tan…—no lo deje terminar la oración cuando comencé a gritar con todas mis fuerzas.

—No… ¡NO, NO, NO! SOPHIE ESTA BIEN PAPÁ, ELLA ESTA BIEN. SOPHIE NO SE ATREVERIA A DEJARME SOLO, ELLA NO LO HARIA. ELLA NO ESTA MUERTA…

—Hijo…—susurro mi padre.

Puso ambas manos en mis hombros y comenzó a susurrarme palabras de consuelo, pero simplemente no las escuchaba. No podía reconocer que Sophie había muerto por mi culpa porque si así lo hacía, mi vida se iría con ella y mi cuerpo no soportaría vivir estando muerto por dentro.

Sin darme cuenta corrí hacia el final del pasillo donde se encontraban las puertas que me llevarían a reencontrarme con ella. Un enfermero se interpuso entre las puertas del quirófano y Sophie, pero no me importo, mi puño se estrelló en su cara fácilmente y desesperadamente jale de las puertas para entrar a la habitación.

Apenas puse un pie dentro fije mi vista en el cuerpo que se encontraba sobre la camilla, un cuerpo sin vida. La sangre manchaba todo su rostro, la manta que protegía su cuerpo e incluso los instrumentos que se encontraban esparcidos sobre las mesillas a su lado estaban manchados por el líquido rojizo. Ya no poseía el tono bronceado de siempre que tanto amaba, había sido reemplazado por un blanco inhumano, con manchones azulados, verdosos y morados. Sus ojos color chocolate se encontraban abiertos y miraban hacia la nada, ya no tenían ese brillo que los hacia tan especiales, sus labios abiertos y resecos gritaban por un poco de vida.

Lentamente me acerque a su cuerpo; mi mente era consciente de que todos los doctores y enfermeros que se encontraban en la habitación me gritaban que no podía estar allí, pero simplemente no lo asimilaba o no quería hacerlo. Sentía que solo éramos los dos contra el mundo, que no había nadie más aquí dentro. Mi mente, terca como siempre, me impulsaba a seguir caminando y aunque había una pequeña voz en mi interior que decía que ya no había esperanzas, yo no la escuchaba, me aferraba a la otra parte que decía que ella seguía viva, que solo debía demostrarlo.

Su piel se encontraba fría al tacto de mi mano, lentamente acaricie su mejilla, pensando absurdamente en no dañarla más de lo que estaba. Mis dedos acariciaron su rostro entero, al llegar a sus labios me agache besándoselos, importándome un comino que estos supieran a metal por la sangre que había en ellos, necesitaba sentir su suave textura, quería que ella me respondiera al beso como siempre lo hacía, amándome, queriéndome…pero no lo hacía. Y fue entonces cuando los sentidos volvieron a mí, escuchando el constante pitido que emitía la máquina que regulaba los latidos de su corazón, o que en un determinado momento lo hizo, hasta que este dejo de hacerlo.

—Nunca te dije cuanto te amaba, cuanto te amo…—le dije limpiando las lágrimas que corrieron por mi rostro.

—Desearía poder decirte que aunque nunca se lo dijiste, ella ya lo sabía, pero…

Papá dejo las palabras en el aire, pero no era necesaria que siguiera hablando para saber lo que venía después. Más lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, intente limpiarlas sin que mi padre se diera cuenta, es obvio que no lo logre.

—Adam, hijo. No demostrar las debilidades es algo que no todos poseen y que me enorgullece de ti, pero también los sentimientos son algo que como seres humanos necesitamos. Llorar no te hará inferior, al contrario, demostrara lo sincero de tus sentimientos y te hará más fuerte. Todos hemos sufrido alguna vez y derramar lágrimas aliviara tu alma, recuperaras fuerzas para seguir adelante y desecharas lo malo que tienes en el interior.

Y por primera vez, después de tantas veces que lo había escuchado decir aquello…le creí. Deje que todo lo oscuro de mi ser se derramara en forma de lágrimas. Grite todo lo fuerte que pude, llore sintiendo como ese vacío en mi pecho iba creciendo, llore desconsoladamente.

Decir que había perdido a un ser querido es poco, se había llevado mi ser con ella, porque ¿qué es una persona sin corazón? No es nada. Así que deje salir todo lo que había acumulado durante las últimas horas, si bien llorando no me sentía del todo mejor, si era una forma de desahogarme…y lentamente, con el transcurso del tiempo, sabía que el vacío que había quedado en mi corazón desde que entre por las puertas del hospital iría rellenándose; tal vez la herida no desaparecería, pero si cicatrizaría y  la tendría allí siempre.

—Vamos, hay que salir de aquí hijo.

Papá me condujo hacia el pasillo con la intención de sacarme del quirófano y dejar a los doctores en paz.

—Solo quiero despedirme—le dije con los ojos, seguramente, hinchados y rojos de tanto llorar.

Él me asintió con la cabeza y, llorando me acerque a Sophie nuevamente. Tome su delicada mano, se la bese con amor y cuidado, hice lo mismo con sus labios, necesitaba sentirlos una vez más y poder guardar ese último beso en mi memoria. Sus ojos me inquietaban un poco, por lo que con un pequeño roce de mis dedos se los cerré y me aleje un poco para verla.

Quitando toda la sangre y los magullones que tenía por todo el cuerpo, parecía que estuviera durmiendo profundamente. Y decidí que ese sería mi último recuerdo de ella; tan solo acostada en una cama, durmiendo…nada de accidentes, ni sangre, ni heridas. NO, tan solo ella como una princesa recostada en su cama descansando.

—Te amo. Descansa princesa.

Después de besar por última vez su frente salí de la habitación junto a mi padre.

Descansa PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora