Junio 1995

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Acabamos el instituto, acompañé a mi padre para aprender a ser agente comercial. Su primer consejo: no hay que engañar a los clientes. Sólo se gana una venta. Tarde o temprano se dará cuenta y se pierde el cliente. Es mejor vender poco muchas veces que mucho pocas veces.

Estuve dos años ayudando a mi padre. Con mi mayoría de edad, logré el muestrario de una fábrica de ropa interior. No hacía competencia a mi padre y mantuve los mismos clientes.

Empezó el nuevo milenio. Ganaba lo suficiente para crear mi hogar. Lo que no tenía claro era con quien. Dudaba entre Gloria y Loli. Gloria simbolizaba el deseo, pero yo nunca le ofrecí salir juntos y me sacaba tres años de edad. Fui a la hora de siempre para estar con ella a solas y, antes de sentarme, cumplí mi promesa.

-Gloria, ¿quieres casarte conmigo?

-No. Sigo pensando igual. Gracias por tu discreción. Deseo que Loli te haga feliz.

-Gloria. Hemos sido confidentes, quiero expresar lo que siento por Loli.

-Puedes hablar.

-¿Ves normal que no nos hayamos besado?

-En ella sí. ¿Te has declarado?

-Prefería consultarte a ti primero. Me cae bien, me gusta como mujer, sin embargo creo que te amo a ti.

-Jose, por favor. Con ella puedes crear una familia, conmigo no.

-¿Eres estéril?

-No lo sé ni quiero saberlo. Por favor, dejemos el tema.

Varias lágrimas rodaban por sus mejillas.

-Lo siento mucho. Ya he ido a buscar piso, me gusta uno en San Fernando, es grande y más barato que aquí. Esta tarde visitaré a Loli, cuando estén sus padres, y pediré su mano.

-No lo digo como formalismo, soy sincera. ¡Qué seáis felices!

Loli y sus padres me aceptaron. La cuenta atrás duró más de un año. Se hizo rápida por lo intensa. Le encantó el piso de San Fernando. Supe por su sonrisa y el brillo de sus ojos que Loli era feliz, no lo expresó.

Sus padres pagaron parte de la entrada, los míos otra parte; como regalo, no préstamo. Yo, y nadie más, pagué los muebles, textiles y accesorios de hogar.

-Puede besar a la novia. -Permitió el sacerdote. Loli sonreía con timidez. Yo animado porque el indulto había llegado. No fue largo. Sí intenso por mi parte.

Era el 12 de agosto de 2001. Disfrutamos del banquete como nunca.

La noche no fue igual. Aunque al principio prometía. Loli estaba cariñosa, no se soltaba de mi brazo y me daba besitos. Estábamos en los asientos traseros del Mercedes alquilado, conducía mi padre. Por fin llegamos a la casa nueva. Los tres salimos del coche.

-Pepe, sé bueno con ella. Loli, ten paciencia con él. Tenéis una misión: haceros felices. No me preguntéis cómo, cada matrimonio es distinto. Otra cosa, me gustaría ser abuelo.

Contesté el primero:

-Gracias, papá. No te defraudaré.

-Papá, prometo hacerte abuelo.

-Sed felices, hijos míos.

¡Al fin solos! Subimos en el ascensor, salimos y la tomé en brazos.

-¿Qué haces? -Preguntó sonriendo.

-Tienes que entrar en tu casa en brazos.

-Eres lo mejor que me ha pasado.

La llevé hasta la cama, me tendí a su lado, le di besitos por toda su cara. Adoraba su sonrisa, expresaba felicidad.

GloriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora