Cuando cumplí los 12 mi cabeza se llenó de preguntas tan complejas para un simple mortal de esa edad, pero demasiado superfluas para alguien de tal procedencia como la mía . Leer a Platón, Sócrates o Pitágoras no llenaban las cuestiones referidas a mi identidad o [eterno] futuro y aunque Ares pensaba que con Artemis aprendería a valerme por mi mismo a través del arte de la caza, la verdad fue que yo no tenía tanta firmeza para matar un animal, menos sin una razón fuerte que lo validara, además de que eso no respondería mis dudas existenciales.
Mamá habló con él luego de enterarse del gran fracaso que era yo con las armas. También lo escuché decir que se sentía avergonzado de tener un hijo hombre con la bondad de una mujer. Esa tarde quién lloró fue mamá. También fue la primera vez que la abracé y me rechazó. Con los años entendí el porqué lo había hecho. Ella era la Diosa del amor, pero yo era el pecado de cualquier hombre o mujer; sea hombre o Dios: Yo era el deseo sexual encarnado.
Cuando mi cuerpo empezó a sufrir los cambios propios de la pubertad fue que Artemis eligió no ayudarme más. Yo era todo lo que atentaba contra su virginidad aún cuando en mi nada despertaba. Así fue que pronto comencé a ser aprendiz de su gemelo, Apolo. Debo decir que las diferencias entre ellos eran tan mínimas como los pequeños montes que se insinuaban bajo las pulcras prendas que ella vestía, pero fuera de ello, eran dos gotas de agua.
Apolo era alguien sabio. Siempre pensé que podía leer a través de mis ojos y responder las preguntas antes de que quisiera yo las formulara. Mientras que Artemis había inculcado en mi el uso del arco y flecha a través de corazonadas y habilidad, su gemelo lo hizo a través de sus conocimientos teóricos. Fueron tantas veces las que me corrigió la forma en que movía el codo, que incluso mil años después yo seguiría sin poder moverlo en otro sentido sin sentir su voz retumbando en mi cabeza.
—¿Cómo supiste cuál era tu misión? — Pregunté luego de una lección, mientras descansábamos a los pies del monte Parsano, su hogar. No supe si la pregunta había sido realmente tonta o si su coeficiente intelectual era lo suficientemente alto como para poder ser soberbio respecto a los demás. Aún así, esperé por su respuesta.
— Cuando era como tú era alguien que solo se expresaba a través de las manos. La música, las artes, todo brotaba de mi incluso sin jamás haber tenido contacto siquiera con un arpa. Solo pasaba. Con los años me arriesgué aún más, mis manos eran expertas en medicina. Creía tener tanto poder como para decidir quién moría o quién no. Me sentía con ese poder. Rebelde, ¿No? Luego entendí que yo no decidía, yo simplemente podía ver quién lo haría.
— ¿Entonces ves el futuro, cierto? — Fui un poco más allá y creo que entendió a donde quería llegar, pues sin decir nada se levantó y pasó de mi, no sin antes desacomodar mis rizados y oscuros cabellos.
Volvimos a tirar a un blanco improvisado. Junto a él, no pasó mucho tiempo para que mi puntería fuera perfecta, aunque aún no podía controlar del todo la forma en que el brazo me temblaba cada vez que llevaba la cuerda hacia atrás.
Principalmente nuestro tiempo pasó en la biblioteca del Olimpo. Él decía que el tiempo bien invertido traía grandes frutos, pero aún cuando los meses transcurrían yo no encontraba respuestas a mis incertidumbres, aunque sí entendí que no era esa la razón por la que me arrastraba a ese aburrido lugar; simplemente quería mantenerme lejos de su hermana.
Claro que tampoco fue del todo malo. Mientras él leía de a 3 o 4 libros a la vez y escribía y llenaba hojas y hojas por día sobre vaya a saber qué, yo encontré en lo más profundo de una estantería literatura romántica y erótica.
A los 16 años y sabiendo que algunas doncellas me espiaban me masturbé. No me importó tener una erección a base de líneas plasmadas en hojas. Al carajo con eso, había sido el morbo de saberme espiado lo que me invitó a cometer tal falta. Incluso me sentí poderoso cuando las escuché suspirar del otro lado del pasillo en el que me encontraba.
Con el correr de los años mi cuerpo cambió también. A diferencia de Ares, que solía tomar sus baños desnudos en el medio del río, a mi se me prohibió todo tipo de contacto a la hora de despojarme de las prendas. Fue así que me hice amante de la soledad y de la naturaleza.
También terminé enredado y en un colchón de hojas con Artemisa en una de esas tardes de bosque. Tocó mi pecho y sentí como tembló bajo la firmeza de mis brazos. Entonces lo supe: yo era capaz de hacer caer incluso a la persona más descorazonada o asexuada del mundo, y la prueba más fiel era la que reposaba junto a mi.
La pérdida de su virginidad terminó siendo otro gran secreto para ambos.
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Cupido se quedó sin alas. [DoubleB]
FantasyPorque el amor es víctima del tiempo. DoubleB (HanBin x Bobby) iKON. Portada provisoria. Los personajes no me pertenecen. Historia corta. Capítulos cortos. Quizás demasiado fantasiosa pero de trama simple.