Capítulo uno.

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Sus dedos se deslizaban rápidamente sobre la hoja intentando ganarle a los nervios que lo carcomían por dentro, los pequeños pedazos del grafito se encontraban por toda la hoja. Con un simple movimiento ágil de su mano izquierda los empujó fuera mientras que su mano derecha seguía escribiendo velozmente en una carrera contra el tiempo.

No podía permitirse fallar, era su única oportunidad de demostrar que era capaz de obtener las cosas por sí mismo, sin tener que usar las influencias de su familia.
Se detuvo para observar la hoja y una vez seguro escribió una serie de números en la parte superior de la prueba.

— Por favor, Señor ayúdame.— Murmuró por lo bajo tomándo su mochila. El pelinegro se incorporó dirigiéndose al escritorio dónde descansaba un maestro de la tercera edad vigilando a todos los aspirantes.
Cuando se encontraba a medio camino oyó un objeto caer y rodar hasta él, dirigió su mirada hasta el suelo y miró un lápiz en el. Se agachó con la intención de recogerlo cuando unos dedos ajenos rozaron su dorso, levantó la mirada buscando al dueño de éstos, su mirada se topó con unos penetrantes ojos avellana, eran inexpresivos y transmitían una sensación inexplicable, pero por alguna razón no podía apartar la vista.

— ¿Ya me lo das?— Aquella voz lo sacó de su trance y sin pensarlo más extendió el lápiz hacia su dueño.

— Oh, s-sí, claro, aquí tienes.— Pronunció torpemente el pelinegro levantándose del suelo al tiempo que el otro chico tomaba el instrumento. — Su-Suerte.—Dijo sin obtener respuesta y siguió su camino hasta el escritorio.

— Los resultados saldrán en cuatro días, puede verlos por la página de la institución o venir directamente a la oficina de asesoría.— Soltó el profesor tomando la hoja y dejándola sobre una carpeta color coral. —Puedes retirarte, suerte.

— Gracias.— Dijo por último antes de salir por la puerta con un repentino escalofrío recorrer su espalda.

Caminaba por el pasillo poniendo especial atención en las decoraciones de éste; las ventanas, los cuadros, algunas fotografías de ex alumnos, pero lo que llamó su atención fue una brillante medalla dorada sostenida que colgaba dentro de la vitrina de cedro. Su mente voló hasta aquel momento en su infancia en el cual le habían otorgado una medalla idéntica.

Fue en el festival de artes de verano que se realizaba todos los años en su antigua escuela, era algo magnífico, se presentaban bailes, obras de teatro, pinturas y poemas realizados por los estudiantes más talentosos de todo el colegio, y pues el chico de hace diez años buscaba desesperadamente una disciplina en la que pudiese participar; trató con canto, danza, teatro, pintura, artesanías, entre otras pero ninguna satisfacía al pequeño de ocho años. Rendido, se tiró sobre el colchón mientras dejaba salir un largo y cansado suspiro.

— ¿Y ahora, a qué van esos suspiro, mi Temito?—Le preguntó su hermana Guadalupe. Ella y Pepe eran como sus padres, ya que debido a la ausencia de éstos la mayoría del tiempo, sus hermanos se habían encargado de criar, arropar, alimentar y cuidar de él y todo el resto de la descendencia Peñaloza.

Temo se incorporó en la cama para poder mirar a su hermana recargada en el marco de la puerta.

— Aún no sé que hacer para el  festival de artes.— Dijo el menor cabizbajo. — Creo que este año tampoco participaré. De cualquier manera papá y mamá jamás irían a verme.

Eso último hizo presente un dolor en el pecho de Guadalupe, si bien ella sabía que por mucho que intentara pasar tiempo con su hermano menor, nunca reemplazaría la sensación del amor de una madre.

—Mira, Temo. —Puso una mano en la cabeza del susodicho para llamar su atención.— Sé que tal vez nunca podré darte lo que más quieres, pero puedo intentar interpretarlo para ti. Papá y mamá te aman, eso nunca lo dudes, pero a veces las personas creen que el amor se demuestra con cosas materiales y piensan que eso llenará el vacíos que han causado en momentos, pero que eso no sea justificación para dejarte llevar por la tristeza, todavía tienes a muchos que te aman y se preocupan por ti.

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