¿Cuál es tu ventana?

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Mi habitación da a la calle, la enorme ventana sin cortinado es testigo del barrio. Por las noches la intensa luz blanquesina es tan molesta que las persianas son lo único que me protegen del exterior, confieso que también me protegen de día.
Porque el exterior me aterra y lucha con mi interior. ¡No quiero que nadie lo conozca!
Como decía, mi cuarto es pequeño, un viejo mueble hace de ropero contra una pared, una cama heredada que conoce mis más íntimos secretos  y una silla de mimbre sostiene cumulos de ropa que se apilan. Las paredes despintadas y grisáseas, esparcen manchas de húmedad  en las que imagino formas y seres fantásticos  con los cuales mantengo diálogos en las noches de insomnio.
No tengo espejo. ¡Odio mi reflejo!
Adoro a estas persianas protectoras, evitan mi verguenza de que vean el interior de mi cuarto.

FINAL 1

Soy curiosa como todos. Estoy acercándome a la persiana. Apoyo la cara en ella y veo por las hendijas el afuera.
Algo está pasando en la calle. (siento un calor intenso) Un hombre discute con una sombra, (la gota de sudor me nubla la vista) intento escuchar pero no distingo las palabras. (hay un olor nauseabundo, a pelo quemado) El hombre se mueve agitando sus brazos hacia arriba. (tengo la boca reseca) Un resplandor rojo anaranjado aparece en mi espalda, giro dentro de mi propio cuarto. Es una inmensa llamarada de fuego. No puedo distinguir más allá de ella.
¡Decidido! Me escapo por la ventana. ¡Quema! ¡Me está hiriendo la piel! ¡Rompe mis huesos!  Dejo de respirar rítmicamente. Mi cuerpo y mis brazos se estampan contra la persiana. Ya no veo el exterior.

FINAL 2

Escucho rebotar una pelota en la calle. Voy hacia la persiana de mi habitación,  por las mirillas veo a un niño pequeño jugando con ella en mitad de la calle.
Sigo el juego del niño. En ese instante me sobresalta el ruido de un motor que viene acercándose. El pequeño está tan concentrado en su juego que no se da cuenta. Me desespero, atino con la mano derecha a sostener la soga que abre la persiana. De un tirón para abajo se llena mi habitación del exterior. ¡Le grito al nene! Escuchó mi advertencia y sube a la vereda. Acto seguido pasó a toda velocidad un gigantesco camión.
¡Qué alivio! El pequeño me saluda con un gesto de agradecimiento.
Ahora observo y me doy cuenta que deje al descubierto mi cuarto, mi interior. Suelto rápidamente la soga y siento como la persiana cae, desplomandosé. Pero no llega al final de su camino, quedó trabada en el medio del recorrido. Voy hacia la soga, la muevo, me cuelgo de ella. El forcejeo no da resultado.
Observo la persiana. La mitad me devuelve la imagen del exterior. Los pies del niño patean la pelota, su risa se escucha clara y me hace sonreir. Es en ese momento que decidí que es muy bueno dejar que el exterior y el interior tengan una persiana entreabierta.

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