Centro comercial.

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– Los livings están en el piso dos, las camas en el tres, los baños en el cuatro y, ¡Sorpresa!, las cocinas en el cinco.

Lance levantó una ceja viendo como el coreano decía eso sarcásticamente sin ninguna sonrisa en la cara, mirando el folleto del centro comercial.

Suspiró.

– ¿A cuál vamos primero? – Preguntó entonces Keith una vez dejaron de estar en las escaleras eléctricas.

– ¿Qué es lo primordial?

– El baño, necesita arreglo, y hay que cambiar el inodoro.

– También necesita espacio, podría ver si podemos ampliarlo.

– No, no, saldrá muy caro y es innecesario para un baño para dos personas nada más.

– Pero es muy pequeño.

– Dios mio, cotiza el dinero, asegúrate el baño primero y después lo arreglas como quieras.

Ambos suspiraron cansados, ni siquiera habían empezado la compra y ya estaban agotados.

– ¿¡Por qué es tan estresante ser adulto!? – Lance pasó una mano por su cabello castaño.

– No lo sé. – Keith tomó la liga que llevaba en su muñeca y se ató el largo cabello en un tomate mal hecho. – Desearía tener veintidós otra vez, jóven, guapo y sin muchas preocupaciones.

– Pfff... Es mejor tener ocho años, rasparse las rodillas, correr por la casa y comer dulces. – Tomó la mano de su esposo y caminó cansado hacía la otra escalera eléctrica para ir al piso de los baños. Viendo de reojo los livings.

– Mmm. – Sonrió Keith. – Ponerse toallas como capas y creerse superhéroe, saltar en la cama y subirse al sillón.

– Andar sin zapatos y jugar a la casita con la persona que te gusta.

Ambos se miraron un momento y Keith supo lo que pasaba por esa cabeza cubana de cuarenta y siete años. Negó con la cabeza, haciendo un gesto indignado, al mismo tiempo su marido sonreía y asentía con la cabeza.

– No...

– Si...

– Lance, no.

– ¡Oh, vamos Keith, lo haciamos siempre cuando éramos jóvenes! – Rió el cubano.

– Ya lo dijiste: cuando éramos jóvenes. – Tiró de la mano de su esposo para seguir caminando hacia la escalera eléctrica. – Ya tenemos cuarenta y siete años, debemos comportarnos e ir por ese estúpido inodoro.

– ¡A la mierda con ese inodoro! – Lance soltó su mano y se cruzó brazos, mirando hacia otro lado.

Keith puso los ojos en blanco y también se cruzó de brazos, no podía creer que hiciera un berrinche.

– Lance, vamos. – Dijo con dureza. El cubano se volteó y le dio la espalda. – ¡Lance Mcclain de la Cruz, no te atrevas a darme la espalda!

El cubano gruñó.

Odiaba cuando Keith decía su nombre completo y más en español. En momentos como esos se arrepiente el haberle enseñado hablar en su lengua.

El coreano apretó el puente de su nariz negando con su cabeza. Suspiró otra vez en el día, entendía a Lance de alguna manera; sus vidas se habían vuelto rutinarias, casados, en una casa grande, acercándose a los cincuenta, con hijos adolescentes. La remodelación de su casa era lo único más interesante en ese momento.

Era aburrido comparado a todo lo que vivieron en su adolescencia.

Bueno, no cualquier adolescente manejaba un León gigante y protegía al universo.

Recuerdos de niños grandes • [K l a n c e]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora