Día 4: Demonios y Serafines

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"Si no se tratase de él ¿vacilarías?"

El color verde se extendía por kilómetros y kilómetros. Era el punto donde el borde del cielo se unía con la cercanía del inframundo; en ese pequeño espacio la vida se debatía siempre entre ganar o perder, entre el mal y el bien. Un espacio donde coexistían los seres humanos, los animales y la naturaleza; no podía ser otra cosa más que hermoso.

Lo favorito en la Tierra para Mikaela era encontrar ruinas antiguas. Grandes piezas arquitectónicas que eran abandonadas y consumidas por la naturaleza; lentamente los animales las convertían en su hogar y los hombres se apartaban de ellos.

Ese día jugaba, tenía su tiempo libre y aprovechaba para correr entre los árboles.

Sus pies desnudos no se lastimaban a pesar de hacer crujir las hojas caídas, a pesar de pisar las rocas y frotarse con el musgo. 

Encontró un lugar. Una especie de torre a medio construir con varias columnas que se extendían al cielo en dos pisos con escaleras libres, las puntas estaban camufladas por las copas de los árboles y debajo de esa estructura los hongos abrazaban la única pared que había.

Arriba, en la punta, encontró a un niño.

—¡Hola! — Gritó con energía, corriendo para saltar a su encuentro.

El niño de cabello negro sorbió su nariz y se limpió sus ojos con sus manos antes de girarse hacia Mikaela.

—¿Qué? — Frunció su ceño.

Mikaela resbalo en el último escalón, se sostuvo del suelo y continuó corriendo hasta que llegó a la parte más alta. Sonreía con alegría por haber encontrado a un niño como él.

Justo como él.

Pero no podía notar la diferencia. A pesar de que ninguno de los dos llevaba ropa, un aura violeta cubría el cuerpo de Yuu. Sus ojos titilaban de color; cada vez que parpadeaba el color verde perdía sobre el carmesí.

Mikaela se acercó. No era por causa del sol, pero su cuerpo estaba rodeado por un aura amarilla casi blanca y sus ojos eran tan claros como el cielo.

—Me llamo Mikaela. — El rubio se sentó a un lado de Yuu y dejó que sus piernas colgaran en el aire. Observaba curioso el rostro del otro niño.

—¿Qué quieres, Mikaela? — Gruñó Yuichiro sin dejar de tallar sus ojos.

—Me dejaron salir a jugar. Me gustan los árboles y estas cosas viejas. — Señaló palpando la construcción de roca en la que ambos estaban.

—¿Y a mi qué? — Yuu soltaba lágrimas a pesar de que su voz era hostil, recelosa.

—¿Qué pasa? ¿Te duele algo? — Preguntó al instante el rubio, inclinándose cerca del rostro de Yuu para poder verlo más cerca.

—Mis ojos. — Respondió Yuu al instante. El pelinegro quería quejarse y tal parecía que solo podía hacerlo con ese niño rubio.

—¿Qué les pasa?

—Están en transición. —Respondió el pelinegro. Cerró sus manos en puños y golpeó la piedra, molesto con las lágrimas que soltaba. —¡Que estupidez!

Mikaela presionó sus labios en una fina línea. Nunca había escuchado a nadie hablar de esa forma, tan molesto y enojado, ni maldecir nada. No conocía al niño, pero no quería dejarlo solo en su momento de dolor, así que, sin saber qué hacer, se limitó a permanecer sentado a su lado.

#Mikayuuweek2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora