『¿Recuerdas?』

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Nos conocimos una tarde como cualquiera.

Hacía algo de calor afuera, el sol empezaba a esconderse para dar paso a la noche cuando los nuevos vecinos finalmente terminaron la mudanza. Siempre había sido un chico demasiado curioso y (quizás) un poco entrometido, así que no fue sorpresa para nadie que me hubiera internado en la ventana de mi habitación, observando a la familia que movía cajas y muebles. Que sacaba recuerdos de un camión para guardarlos en una casa vacía de vida.

Estuve mirando absorto desde la siesta hasta entonces, cuando la oscuridad estaba aproximándose para dar paso a la noche pero aún era posible vislumbrar con certeza. Eran un padre y una madre. Dos hijos. Un caniche de pelo mullido y marrón que no pasaba los treinta centímetros de altura y parecía recargado de la batería que le faltaba a sus dueños.

Desde donde estaba sentado en el alféizar de mi ventana, parecían todos muy serios y fríos. Casi desganados en lo que hacían, excepto por la mujer. Ella sonreía genuinamente y movía lo que podía como quien está emocionada por el inicio de una nueva vida.

Cuando la última caja bajó del camión, toda la familia se internó en la casa.

Excepto por uno.

El hijo más bajo y que supuse era el más joven, se quedó parado en la acera observando a la calle con desinterés. Tenía las manos guardadas en los bolsillos de la chaqueta, zapateando ansioso el pie derecho, piercings brillando tenuemente bajo la luz del alumbrado público que acababa de encenderse a unos metros de él. Era rubio y de ojos afilados, compacto de figura, pero terriblemente intimidante. Llevaba jeans desgarrados, botas de estilo militar y una chaqueta de cuero oscura. Combinabas todo aquello y solo podías obtener un resultado: problemático. O al menos eso era lo que siempre me habían enseñado a pensar.

Como sintiendo mi mirada sobre él, el chico giró la cabeza en mi dirección y me analizó con la vista. Me sentí sonrojar, preguntándome qué estaría pensando en ese momento de su entrometido vecino que lo espiaba desde su ventana. Pero en vez de recibir una mala respuesta, el chico sacó un cigarrillo de su bolsillo y me hizo dos gestos en sucesión: primero, un movimiento con las manos que me pedía que me acercara; segundo, una señal obvia de que necesitaba un encendedor.

Yo tenía entonces ¿cuánto? ¿Dieciséis años? Sabía que no podía ni pensar en lo que me había llegado a la mente, pero mi curiosidad pudo contra mi lógica. Asentí con la cabeza y dejé atrás el alféizar, bajando las escaleras a trompicones mientras me colocaba la sudadera.

—Voy a salir un momento —dije a mis padres en lo que me calzaba los zapatos en la entrada. Vi a mi madre enarcar una ceja con sospecha.

—Está oscureciendo, ¿qué piensas hacer? —interrogó desde su lugar en los brazos de mi padre en el sofá de la sala.

Tragué saliva. Si les decía que iba a ir a ver al nuevo vecino con pinta de problemático que además quería que le llevara un encendedor para fumar, seguro me encerraban en mi cuarto hasta cumplir los cuarenta. No con frecuencia me preguntaban a dónde iba cuando pensaba salir, pero me imaginé que la hora fue lo que sonó las alarmas de mi madre.

—Iré a ver a Jimin un momento. Necesita ayuda con su gato —mentí al instante, recordando que el pobre animal acababa de pasar por una cirugía y era difícil de manejar.

—Oh, sí, pobre. Intenta llegar para la cena, ¿vale?

—Sí, sí, lo haré.

Antes de que pudiera haber más quejas, salí corriendo de la casa para encontrarme con él. Estaba parado justo donde lo había visto por última vez en la acera, pero tenía el cigarrillo sin encender entre los dientes. Sus ojos marrones se fijaron en mí y pude sentir cierta tensión en el pecho. Era el tipo de persona a la que veías y no podías creerte que era real; era demasiado pálido, demasiado extraño a la vista. Demasiado hermoso.

Strawberries & Cigarettes 『YoonKook』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora