『Noches largas, días de ensueño』

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Los meses que siguieron se me hicieron extremadamente largos.

No sabía si era simple coincidencia del destino que se burlaba de mí o si todo era parte de algún plan de Yoongi, pero ya no coincidimos en casi ningún momento y cuando lo hacíamos, el rubio evitaba completamente el verme o dirigirme la palabra, como si yo hubiera dejado de existir en su mundo. Me había convertido en una voluta de humo para él. Me caló, expulsó y desaparecí.

Por las noches me costó dormir al principio, pensando en él y recordando el corto momento que pasamos juntos sobre el capó de su automóvil. Durante el día seguía soñando con él, el recuerdo haciéndose más vívido y doloroso cuando olía tabaco en las calles o probaba de nuevo el sabor de las fresas. Era extraño, como nunca había probado el sabor de la boca del mayor, pero aun así esas dos cosas inevitablemente me recordaban a él. Al beso que nos dimos en mi mente cuando nos quedamos varados.

Pero al cuarto mes de silencio, apareció en el patio de la casa, lanzando rocas a mi ventana cuando la medianoche estaba al caer. Su cabello ya no era rubio, era tan oscuro que se perdía con el cielo nocturno, pero de alguna forma solo resaltaba todas sus facciones de porcelana. Un cigarrillo asomaba en sus labios, al igual que una sonrisa. Estaba tan hermoso como lo veía en mis sueños.

—¿Qué rayos...? —inquirí entre risas, con la voz más baja de la que fui capaz. Saqué la cabeza por la ventana y él, como si nada, dejó caer algunas cenizas en el pasto del patio.

—¿Damos una vuelta? —exclamó desde abajo, jugueteando con su cigarrillo entre los dedos.

—¿Estás loco?

—No me hagas contestar.

Me mordí el labio. Ese chico tenía que saber lo débil que era ante él. Lo mucho que lo había extrañado incluso cuando solo nos habíamos visto de verdad una vez meses atrás. Él debía de saber que podía pedirme cualquier estupidez y yo lo haría.

Pero no, no había posibilidad. Yoongi simplemente era él y yo era yo, estúpidamente enamorado de él.

En menos de un minuto estuve parado junto a él en la calle y sin más preámbulos, subimos a su carro y nos dirigimos en la misma dirección que tomamos la primera vez, solo que esta vez no se detuvo en el mismo punto, sino que siguió acelerando. Íbamos por la carretera a cien kilómetros por hora, con las ventanas abajo y el viento alborotándonos el cabello. Yo no pude resistirme el sacar la cabeza y los brazos de vez en cuando, sintiendo la brisa acariciarme el rostro. Era como tener un respiro de libertad mientras las estrellas eran testigo.

Quizás sintiéndose igual a mí, Yoongi tomó mi mano por el resto del camino, pero no dijo nada. Los únicos sonidos que llenaban la cabina eran los de la radio, que en esta ocasión reproducían clásicos de los 70. La mayoría de las canciones las conocía, todas las letras sobre romances intensos y perfectos, las de relaciones difíciles, las de conquistas. Era algo extraño, pero refrescante. De todos modos no importaba, pues solo podía concentrarme en la calidez de sus dedos nudosos apretando mi mano.

Nos detuvimos en medio de la nada, justo junto a la carretera. Lo único que nos rodeaba eran largas extensiones de tierra y árboles. El cielo estaba perfectamente a la vista, sin nada interponiéndose, ni siquiera nubes, que aparentemente no cubrían las estrellas en aquel momento. A diferencia de la última vez, Yoongi no apagó la radio y dejó la puerta del conductor abierta cuando bajamos, él cargando en una mano una caja de plástico que ya podía adivinar de qué se trataba.

Recostados como pudimos sobre el capó, observamos el cielo por largo rato. Él dejó de fumar y en vez de un cigarrillo, una paletilla ocupaba el lugar entre sus dientes. La caja con las fresas estaba entre nosotros, libre para que pudiéramos tomarlas a gusto.

Strawberries & Cigarettes 『YoonKook』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora