『Destino』

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Recuerdo perfectamente cuando me enseñó algo sobre el destino, pero sentí que solo lo hizo como excusa, en cierto modo. Lo veía tan seguro, pero nunca daba otro paso.

Yo acababa de cumplir dieciocho años y en una noche que estábamos internados en mi habitación debido a la terrible tormenta que se desataba afuera, lo tomé de la camisa y le pregunté, con mis "grandes ojos de ciervo", como él los llamaba, más frustrados que nunca, que qué demonios estaba esperando. Por qué insistía en alargar las cosas cuando lo teníamos todo a nuestra disposición. Acarició mi mejilla y me sonrió pretendiendo tranquilidad.

—El destino se trata de esperar —explicó apartando mis manos y recostando su espalda contra la pared—, porque al final la espera valdrá la pena.

No me quedó más que tragar y asentir con la cabeza. Fue la última vez que discutimos el tema.

Era mi cumpleaños número diecinueve y propuso que saliéramos por ahí. Ya era mayor, así que no necesitaba pedir permiso y de todos modos mis padres ya no me daban lata por juntarme con él, quizás porque ya se habían dado cuenta de que no era tan mala persona como su apariencia parecía mostrar. No los culpaba por sospechar de él, pero al mismo tiempo me parecía un poco prejuicioso de parte de mis padres.

Yoongi solía decir que de todos modos no se equivocaban del todo, aunque nunca supe exactamente a qué se refería.

No hicimos cosas que acostumbrábamos, pero negar que me había divertido hubiera sido mentir. Fuimos a bares y tomamos de a montones, bailamos juntos ignorando todas las miradas desaprobatorias que nos lanzaban. Estábamos definitivamente demasiado intoxicados cuando salimos a la calle y llamamos un taxi. Muy lejos de casa y sin ganas de volver o separarnos, nos subimos al asiento trasero sin saber muy bien a dónde ir.

Sentí sus dedos caminar sobre mi mano y colorado por los nervios y el alcohol, me giré hacia él. Justo cuando el conductor giró en una curva, Yoongi pareció recobrar algo de lucidez, pues se inclinó entre los asientos de en frente y ordenó al taxista:

—Detente aquí, por favor.

Yo no comprendía. Estábamos en una parte de la ciudad en la que nunca había estado. Las luces y la música de la fiesta del fin de semana llenaban el ambiente. La gente iba de un lado al otro, de bar en bar, de disco en disco. Sabía que no planeábamos volver a casa aún, pero definitivamente no me esperé que paráramos en medio de lo desconocido tampoco. Yoongi le pagó al chofer y me sacó de la mano, sosteniéndome de la cintura para no caer.

Sus dedos se apretujaron contra mi carne y de alguna forma pareció activar todos mis nervios y darme escalofríos. No fue hasta que el taxi se alejó y nosotros caminamos unos metros que entendí lo que estaba a punto de pasar. La vergüenza quería que yo me quejara o algo, pero el deseo que crecía en mi estómago como la espuma no me permitió hacerlo, y el cosquilleo de la emoción solo me hizo sonreír como idiota cuando el mayor plantó un billete sobre el mostrador de la recepción y arrebató con prisa las llaves que el recepcionista le extendió.

No tuvo la paciencia para esperar al ascensor, así que me jaló de la muñeca escaleras arriba, mientras trastrabillábamos por lo ebrios que estábamos y nos reíamos cuando terminábamos chocando contra el costado del otro.

La habitación no era ni lujosa ni terrible. Lo suficientemente grande para los dos, al igual que la cama. De todos modos todo aquello no importaba, porque mañana dejaríamos aquel cuarto sin vida que esta noche era el lecho de nuestras pasiones escondidas.

Algo torpe por el efecto del alcohol pero increíblemente dulce, Yoongi me amó en aquel cuarto tanto como uno se esperaría de la primera vez, pero tan desesperado como si fuera la última. En sus labios saboreé las fresas y los cigarrillos, pero más que nada, aquel amor que yo solo teorizaba que me tenía, pero que siempre había sido tan real como los momentos que compartimos.

Lo hicimos una y otra vez. No podría decir con exactitud cuántas, en realidad no me detuve a pensar en ello. Estaba mucho más concentrado en él. En su piel de marfil y sus labios de fresa. En la forma en la que sus dedos de nudillos nudosos acariciaban mi piel y me apretaban aquí y allá mientras yo jadeaba y lo abrazaba con brazos y piernas, no deseando que aquella conexión se detuviera por un largo tiempo.

Fui demasiado feliz. En más de una ocasión se detuvo para preguntarme por qué estaba llorando y riendo al mismo tiempo, pero entre mis sollozos alegres no pude decirle nada más que no podía creerme que era posible sentirme tan feliz y ligero. Aquello lo hacía reír, pero no por burla, sino porque sentía ternura de las cosas que le estaba diciendo, aunque no tenía demasiado sentido lo que le murmuraba.

Pero a la mañana siguiente, volvimos al principio.

Desperté solo en la cama del hotel, desnudo no solo de mis prendas, sino de la esperanza que se había formado en mi pecho la noche anterior. Busqué en todos lados por una nota, algún mensaje en mi teléfono, pero nada. Volví a caer en su juego o en lo que sea que estaba haciéndome que me estaba volviendo loco con los segundos.

Tuve que permanecer en la cama por un buen rato, pensando en cómo esto me hacía sentir. Todo era demasiado complicado, todo me daba vueltas y no parecía encontrar la forma de describir lo que estaba sintiendo.

Pero una cosa sí estaba clara: estaba rabioso.

Me levanté al cabo de una hora más o menos. La cabeza me dolía como el demonio y sentía algo de nauseas. Me fijé en el reloj del cuarto mientras me vestía y confirmé que eran las diez de la mañana, aunque no había forma de averiguar a qué hora había desaparecido Yoongi del cuarto.

Al salir, parado en el pasillo, noté que su aroma estaba impregnado en mi ropa y tuve la terrible tentación de ir a encender las prendas en fuego. No podía ser que estuviera tan enfadado por algo que no tenía explicación, pero lo estaba, y no lograría calmarme hasta que pudiera escuchar la razón detrás de lo que Yoongi había hecho.

Sin embargo no pude conseguir nada cuando llegué a nuestra calle y me paré frente a la puerta de los Min. La señora Min me observó con una sonrisa y me acarició la mejilla, recordándome las veces que él había hecho lo mismo.

—Él no ha vuelto desde que salieron anoche, cariño —me informó luciendo algo apenada por no poder ayudarme—. Lo he estado llamando pero no contesta. Solo recibí un mensaje diciendo que estaba bien y que volvería pronto.

—Ya... ya veo.

—¿Se pelearon, cielo? ¿Pasó algo malo? —interrogó ella, la preocupación pintando su rostro tan inmensamente parecido al de su hijo.

No podía decirle lo que ocurrió. No estaba seguro de que a la señora Min le agradara saber que me había acostado con su hijo en una habitación de hotel barata en quién sabe dónde, ambos más ebrios que sobrios.

—No, señora, todo está bien —mentí con una sonrisa. La verdad era que nada estaba bien y que al momento en que viera a su hijo, no sería nada amable con él—. Gracias por su ayuda. Si sé de él, le avisaré.

Por unos días no tuve las ganas o energías de salir de la casa. Me encerré en mi habitación e instalé en el alféizar, pero con las cortinas cubriendo la ventana para que no pudiera ver al exterior incluso sabiendo que al hacerlo no podría ver a Yoongi cuando se dignara en volver. Pero la rabia se transformó en dolor y el dolor en tristeza. No quería hacer nada más que quedarme allí escondido hasta que el universo de alguna forma sanara mis heridas y arreglara las cosas por mí.

Strawberries & Cigarettes 『YoonKook』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora