Resuena el oleaje en la arena, como una adolescente que llora sus penas a mares, el amor de su vida y la dificultad de sus días.
Sin saber porqué, el me acompaña bajo el sol intenso de las cinco de la tarde, la playa semidesierta, su arena caliente quema los pies de la gente que cae ante el cansancio y abandona el paraíso.
Paraíso de dolores, sueños e ilusiones, arrancadas sin compasión por imparables pasiones, el viento susurra historias, pérdidas inéditas celebraciones.
Mi ropa en un desliz abandona mi cuerpo, suspiro ante la inseguridad que resulta mostrarme ante sus ojos, al descubierto con prendas que corresponden a la ocasión, sin esmero alguno espero ansiosa su reacción.
Su corazón late con intensidad de la misma manera, me quite en ese entonces la chaqueta y deje al descubierto mi cuerpo en negro, sus suspiros incesantes y su repetitivo fraseo.Con un gesto cansado y juguetón lo invite a la orilla, mi sonrisa no reflejaba emoción alguna pero vestía la ocasión con una elegancia necesaria. Podía observar la lujuria en su rostro pero yo creía que amor anunciaban sus ojos, vacilando un poco siguió mis pasos entre medio del agua.
¿Era esto lo que necesitaba?
No sé si sea felicidad, amor, o lujuria.
No sé si es algo pasajero, estable o duradero en el tiempo.
No sé si es lo que necesito, no estoy pensando, lo admito, se que la caída dolerá cuando en la realidad caiga sin remedio. Soy un sueño para él, una realidad paralela, y para mí un pasajero invierno del infierno incesante que es mi vida.Rodea mi cintura en medio del mar, nuestras frentes chocan de forma suave, impedimento para nuestros labios desesperados por la sed que anuncian. El sol baja un poco más al horizonte, se pronuncia la luna sobre nuestras cabezas, el aire frío eriza la piel y quema como la cercanía de nuestros cuerpos, mis piernas recorren sus caderas estrechas, mis brazos rodean su cuello que pide a gritos ser marcado.
Calma mi ansiedad con sus besos, un receso nos tomamos de nuestras vidas, tratamos de encajar en ellas pero sin remedio fallamos y nos encontramos, uno frente al otro, somos una excusa, una burda mentira que nos aleja de la realidad.
Impaciente a mi pecho se aferra, como un niño el cuál su llorar no cesa, sus ojos se cierran y calma e inocencia dominan su rostro, me aferró a su espalda con temor mientras dejo de observar la luz y comienza a aparecer la penumbra, oigo su voz, el susurro del viento y el sonido del oleaje.
Desperté.