II

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—Por favor, sal del auto.

La boca del arma —sí, estaba completamente seguro que era un arma— se posaba sobre su nuca, provocándole escalofríos, que cada vez incrementaban más. Presentía que con un solo movimiento temeroso avivado por los nervios terminaría por matarlo, y ya no sabía se prefería que aquello sucediere o la curiosidad de saber qué demonios pasaba allí.

Sintió sus piernas desdoblarse y se tiradas por una mano fuerte de dedos largos, que, aunque no podía verlo por el pedazo de tela negra que cubría sus ojos, era algo más que obvio. No se oían voces ni respiraciones ajenas ni sonidos o movimientos a los que no fueran los de la naturaleza nocturna, de modo que dudaba que hubiera cómplices. Se levantó, y los mareos, las náuseas y la jaqueca desaparecieron; solo sentía la estela de dolor en su cuerpo, que aún no supo que había sido. Por Dios, eso era lo que menos importaba.

—No te resistas. No podrás.

A pesar de tener el miedo a flor de piel por el revólver que adornaba la parte trasera de su cabeza, caminó con cautela por el camino que le indicaba el rizado. Llevaba sus zapatillas negras, cómodas, pero de todas formas sentía la suavidad del césped sobre las plantas de sus pies en cada paso que daba. De pronto, dejó de sentir aquello, y bajo él los tablones de madera se presentaron.

—Cuidado con el cambio de nivel.

Pasó un escalón pequeño, para que después sus pies se encontraran con el duro y macizo piso.

—Estamos en el vestíbulo.

Empujó su espalda, pero todavía le tomaba con rudeza el antebrazo y el arma no se había movido de su lugar.

Aunque temblaba un poco.

—Ven, gira a la izquierda... Perfecto. Ahora cuidado, son unos quince escalones... Bien, sigue cuidadoso.

Dio unos pasos más, y supo que se colocó frente a él, puesto que sentía su respiración cercana y en rostro. Y aunque el arma había cambiado de posición, no se había separado de su cuerpo: estaba en su frente.

—S-si no lucha, le quitaré las vendas.

Y así hizo. Se mantuvo tranquilo —como podía, porque estaba teniendo ataques internos y quería salir corriendo— y el recorrido que realizó el revólver hasta salir del área de su cuerpo le pareció eterno.

—Por favor, vive aquí a partir de hoy.

No era una petición, por mucho que la expresión "por favor" se repitiera en su voz.

Era el peor espectáculo que había visto en mi vida.

juguete triste; maylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora