Parte 2: DÚO DINÁMICO

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Preparó las guirnaldas. La ristra con murciélagos, calderos, brujas y calabazas sonrientes se deslizó de una pared a otra, oscilando en silencio. Estudió la disposición de la estancia. Sí, quedaba bien allí. Ahora tendría que poner la olla con los restos humanos para asustar a los niños que vinieran a pedir caramelos.

—¿Hay más sangre por ahí, 'pa? —preguntó el muchacho, mirando con cierto disgusto el contenido. La verdad era que resultaba más bien pequeño, poco intimidante.

—Vamos a ver, chaval —dijo un hombre alto vestido como Brandon Lee en El Cuervo—. No tenemos toda la noche. Aún tenemos que salir a pedir caramelos tú y yo, ¿sabes?

—Bueno, pero antes tenemos que dejar todo esto preparado, ¿no? —se quejó el joven mientras se rascaba la amplia frente recubierta de blanco maquillaje. Se miró la mano, observando con preocupación que se había llevado parte de la pintura corporal en las uñas—. ¿Sigo pareciendo Pennywise? —preguntó, alarmado.

El otro lo miró con indiferencia. Se concentró unos instantes en el rostro.

— Sí, aún pareces el puto payaso. La verdad es que no sé qué veis en King. Yo me leí la novela cuando tenía tu edad... bueno, algo menos, vaya... y no me pareció nada interesante, salvo por la parte en que folla, que me hice algunas pajillas...

—¡'Pa! — gruñó el joven —. ¿Pero a ti te parece que me interesa lo más mínimo saber cómo te la cascabas en los noventa?

—Y ahora, hijo —se rio el padre—. Y ahora también.

—¡Joder, papá!

—Yo me enamoré de Eric Draven nada más ver la película. Me la compré en VHS y todo, y la vi yo no sé cuántas veces... Mis padres ya estaban hasta los huevos de ella. Pero es un clásico que nunca pasa.

Dio un par de pasos atrás y contempló su obra. La pared mostraba un intenso color rojo, mientras la pieza de tela chorreaba algunas gotas sobre el suelo, mostrando una imagen inquietante. Faltaba algo, no sabía qué, pero estaba ahí, esa ausencia que le impedía quedarse del todo satisfecho.

—¿Has preparado el esqueleto? —le preguntó a Pennywise.

La cara de payaso asomó al otro lado del marco de la puerta. Mostró la dentadura postiza llena de afilados dientes y colmillos en una mueca risueña cargada de mal, como la de Tim Curry en la película original, pese a ir caracterizado como Bill Skarsgard en la última versión.

—¿Pero qué te piensas? ¡Esto lleva su tiempo, joder! —se quejó.

Llamaron a la puerta. El hombre se alisó la gabardina de piel mientras sus labios creaban la mueca de la sonrisa triste del personaje de la película. Iba a abrir cuando el payase se materializó a su lado.

—¡No, no, no! ¡Déjame a mí esta vez! ¡Porfi! —Una mueca triste se deslizó bajo el impoluto maquillaje.

El padre suspiró.

—Vale, está bien —cedió.

El chico se colocó tras la puerta. Tensó un momento la espalda. Carraspeó.

—¡Hola, niños! —dijo, alterando la voz para que sonara cómica.

Un grupo de unos siete u ocho niños apareció al otro lado. Levantaron sus calderos de plástico y las calabazas de juguete, llenos hasta el borde de caramelos.

—¡Truco o trato! —chillaron al unísono.

Se inclinó sobre ellos, mirando las golosinas con sorpresa mientras se frotaba las manos y su rostro se expandía tras una amplia sonrisa.

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