[Segundo acto de la serie: Ubulili].
Descolocado por las consecuencias de sus actos y los de otros, Robin se encuentra en un fuerte enfrentamiento contra sus verdaderos sentimientos; especialmente con el dolor. Haberse reprimido el llanto y forzarse...
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Pude sentir cómo pasamos de lo ligero del camino por la carretera a inestabilidad en el vehículo, cuando, según el sonido que logré captar, cambiábamos a terracería. Lo que me hizo pensar en dos cosas: o estábamos entrando al estado de Ulong; donde algunos barrios y pueblos no están asfaltados, o seguíamos en Gahona, pero en una parte muy recóndita o una zona desierta. No podía saberlo con el rostro tapado, así como tampoco podía ver cómo estaba Batto, y si había recibido un golpe en la nuca igual que yo. Me dolía, pero ese dolor pasó a segundo plano cuando pensé en el suyo. —Batman... —Susurré, esperando que respondiera para saber que estaba ahí en el mismo vehículo, y que estaba bien. —Robin, ¿estás bien? —Respondió al instante, dándome cierto porcentaje de alivio entre todo lo mal que me sentía por la inesperada situación. No entendía nada de lo que estaba pasando, y, seguramente, Batto entendía menos.
Lo tenía justo a mi lado izquierdo, eso me dio fuerzas para soportar la incertidumbre. Aunque hubiese preferido que nada de eso nos hubiese sucedido, ya que nos había ocurrido, lo mínimo que podía pasar, era que estuviésemos en el mismo espacio, no por separado sin tener idea de si le habían hecho daño o no. Entonces el miedo hubiese sido aún mayor. —Y esas mamadas de Batman y Robin, ¿qué? ¿Les gusta jotear?
Escuché una voz masculina al otro lado del cuerpo de mi chinito, y además sentía a alguien a mi lado derecho; lo que me hizo pensar que estábamos justo al medio de los asientos, rodeados de hombres desconocidos que no teníamos idea de sus intenciones. Esa voz era una voz ronca, que al instante se me hizo reconocible, pero la verdad es que no tenía idea de quién podía ser, y tampoco estaba seguro de que realmente la había escuchado antes. —Manco, deja de hacer preguntas, no seas metiche —intervino otra voz masculina a mi lado derecho, refiriéndose a la que se burlaba de nosotros. Otra voz que sentí familiar.
Ni Batto ni yo respondimos algo a sus provocaciones. Guardamos silencio hasta que alguien hablase sobre lo que pasaría con nosotros. Necesitábamos, principalmente, entender qué hacíamos en esos asientos rumbo a quién sabe dónde por quién sabe qué razones. — ¿Quién de ustedes es Robin?
Inmediatamente pensé que debía guardar silencio y no responder la pregunta de esa tercera voz masculina que se hallaba al frente. Esa pregunta me dejó en claro algunas cosas. La primera fue que definitivamente no había sido un accidente, una confusión o una casualidad el hecho de que nos raptaran. La segunda fue que el hecho de que preguntase por mi nombre significaba que, efectivamente, me conocían, que todo había sido previamente meditado. La tercera fue que, si solo había tres voces, seguramente esa última voz era la voz del hombre que conducía el vehículo. Y por último; la cuarta, el hecho de que nos hubiesen encontrado en un lugar tan específico. Sin duda alguna, o nos habían estado siguiendo y vigilando, o, la que veía menos probable, que supieron siempre dónde encontrarnos por medio de alguien más.
Finalmente decidí guardar silencio y no evidenciar que habían capturado a la persona que buscaban. Sin embargo, cuando creí que los dejaría con la duda para que hablasen un poco más de los motivos del secuestro y así entender qué tenía que ver yo, Batto decidió que pronunciarse era la mejor opción, diciendo: —Soy yo —tan confiado de que estaba protegiéndome.