[Segundo acto de la serie: Ubulili].
Descolocado por las consecuencias de sus actos y los de otros, Robin se encuentra en un fuerte enfrentamiento contra sus verdaderos sentimientos; especialmente con el dolor. Haberse reprimido el llanto y forzarse...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Extrañar a alguien se vuelve dolor cuando te das cuenta de que, aunque cada vez te haga más falta, no volverás a tenerle, y eso te rasga el corazón porque te sientes impotente. Entras en la necedad de que tienen que volver solamente porque tú quieres verles de nuevo, pero te ciegas a una realidad inminente, donde por más que llores, la muerte es el último espectáculo de nuestras vidas. Ese es el broche de oro con el que sellamos nuestra misión en la tierra. Y cuando comprendes eso, mientras terminas de cantarle una canción a tus muertos, entonces te derrumbas. Como a mí me sucedió.
Mis lágrimas se desvanecieron en mis mejillas, mis poros se bebieron cada una de ellas para hacerme entender que ya no podía seguir llorando y lamentándome. Las quejas no me devolverían a mis ángeles, y recordarlas solo empeoraba las cosas, pero yo era terco como mula y mientras más la vida me restregaba mis pérdidas en la cara; más quería yo demostrarle a esa, que no había perdido nada. Luego volteé a ver a mis alrededores y encontré vacío, pena y oscuridad, porque la vida tenía razón; lo había perdido todo, y, aunque pude solucionar muchos de mis problemas, como la clamidia y mi fianza; de todos modos me seguía sintiendo enfermo y encarcelado.
Entonces acurruqué la mano en la que me coloqué el anillo de Millaray en el centro de mi pecho, y en un mar de llanto les pedí perdón. Fue bastante obvio que el dolor no había sanado porque en ese instante en el que la tristeza me embargó, comencé a golpearme con el puño cerrado. Haber cantado esa canción solo me trajo más dolor cuando todo lo que buscaba era la tranquilidad de mi corazón herido.
Y es que, siendo honesto conmigo mismo, aunque todos me dijeran lo contrario; la culpa había sido totalmente mía. Y durante todos esos meses que pasaron después de la muerte de Millaray y mi hermana, solo estuve tratando de evadir mi responsabilidad. Sabía que recalcarme que yo lo provoqué todo, no me dejaría avanzar. Mentirme me sirvió en ese entonces, porque así pude aclarar mi panorama y poder contribuir a mi libertad bajo fianza. Todo lo que pasó después, no me permitió tiempo para llorar a gusto sus muertes. Nadie comprendía mi dolor, nadie sabía lo que sentía y lo que me quemaba, y lo que en realidad significaba cada palabra de esa canción. Porque sí, mi corazón se moría poco a poco, cuando las horas pasaban y sus rostros, y su compañía, y sus abrazos ya no estaban para mí.
El Batto se acercó por la espalda y me abrazó con fuerza, tomando mis brazos entre los suyos para evitar que siguiese haciéndome daño. Lo entendía; para él también era difícil ver lo mal que estaba. Y, aunque me comprendiesen, jamás iban a sentir la magnitud de ese fuego hasta experimentar ese tipo de luto en carne propia. —Robin, amor... Por favor deja de golpearte —su voz se quebró cuando casi suplicó que me calmara—. No vas a ganar nada haciendo eso, Robin, en serio —y sentí que su fuerza incrementó mientras en su agarre yo no era capaz de dejar de menearme. — ¡SUÉLTAME! —Grité, provocando una desafinación en mis cuerdas vocales.
Aunque se lo lloré entre gritos, el chino nunca me soltó, y no pensaba hacerlo porque me cuidaba y me protegía como yo debía hacerlo con él y no podía. Mientras tanto, Güido llamaba a una ambulancia, y yo en ese instante no entendí por qué. No estaba lastimado, no estaba enfermo. ¿Para qué quería una ambulancia? Pronto escuché cuando a través de la llamada indicó: —Está teniendo una crisis...