Ella no estaba llamada a serlo, pero el peso de la traición la condujo hasta lo que es ahora, una reina. Y como tal, de ella depende ahora todo el pueblo de Aradiah.
Convivir en palacio con los infames nobles nunca ha sido tarea fácil, pero Annelis...
Renace el ángel que muere. Y muere quien en venganza le hiere.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El silencio se impuso sobre la habitación, dejando las palabras de Clementè suspendidas en el aire, permitiendo que estas atravesasen parte de la coraza que tan arduamente había luchado por construir y mantener firme. Ahora, esa coraza parecía estar haciéndose añicos. Lentamente, pedazo a pedazo. Dejando a su paso a una joven inevitablemente hueca y vacía.
Y desgarradoramente sola.
Una joven que ya no era de capaz de reconocerse ni a sí misma.
— Su Majestad, si me lo permite, me gustaría recomendarle —.
Anneliese alzó la mano abruptamente, aún de espaldas al emisario oficial de la corte, el mismo que se encargaría de comunicar las fatídicas noticias acontecidas en poco tiempo a toda la comitiva de nobles y aristócratas, y le ordenó de manera silenciosa pero contundente que dejase de hablar, por lo que automáticamente el emisario enmudeció, captando el mensaje a la perfección.
Vio que Maula, una de sus doncellas, la observaba con ojos desolados desde la esquina de la habitación donde hasta ese momento se había mantenido en segundo plano, y trató de buscar reconforte en su mirada, pero sólo logró sentirse aún más vacía.
Carraspeó, buscando encontrar las palabras ahogadas en su ahora seca garganta.
— No digáis nada todavía. Que la muerte de mi madre no se convierta en precedente para otra reyerta burguesa.
El silencio volvió a instaurarse varios segundos a su alrededor, hasta que el emisario suspiró, cediendo.
— Como desee, mi reina.
No tuvo que girarse para saber que Clementè estaba inclinándose en señal de sumisión en aquellos momentos, pues pudo escuchar con claridad el crujir de sus ropajes, antes de que este abandonase sus aposentos, dejándola con la mente hecha un revuelo absoluto. Su doncella trató entonces de acercársele, viendo que el hombre ya no estaba y podía actuar con cierta normalidad, pero algo en la mirada de la joven reina debió indicarle que no requería en aquellos momentos su presencia. Así pues, escasos segundos más tarde ella también se marchó, apesadumbrada.
Una vez Anneliese se cercioró de que ya no había nadie su habitación se dirigió involuntariamente hacia el espejo de cuerpo entero postrado al final de su cuarto, buscando su reflejo; buscando el reflejo de su madre.
Nadie dudaba en todo el reino de que había heredado los rasgos finos y estilizados de la antigua reina, y aunque ansiaba con todas sus fuerzas ver a madre allí, en el espejo, como todos afirmaban que veían al contemplar su rostro, lo único que visualizó fue una cara hundida y deteriorada por el peso de una corona y un trono repentinamente impuestos.
«Este es tu destino, Anneliese. Es probable que nunca llegues a ser reina, pero nunca olvides que si lo fueses, serías la mejor de todas. La más bondadosa, y también la más justa».
Las palabras de su madre, dedicadas muchos años atrás, cuando aún seguía sin entender el porqué no podía ser reina, teniendo en cuenta que ella había sido la primera en la línea sucesoria, rondaron por su cabeza, haciéndola sentir desolada.
«Espero que tus palabras sean ciertas, madre. Y pueda estar a la altura de lo que se espera de mi».
Porque definitivamente, se había quedado sola.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.