Los amigos de Nina (Parte 2)

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Nosotros 5 seguimos con nuestra rutina de siempre, pero al pasar los días, ya todo se nos hacía muy monótono. Entonces poco a poco dejamos de lado la bicicleta, hasta que comenzamos a jugar fútbol todos los días. Daniel trajo a un amigo, se llamaba Héctor, en un principio pensé que sería una persona casual, pero resultó que vino todos los días, se hizo parte de nuestro grupo sin que nos diésemos cuenta, y me terminé acercando mucho a él. Aunque adoptó el papel del ''pajero'' del grupo, había algo en él que me gustaba, tal vez era lo chistoso que llegaba a ser, pero no es tan importante, nunca me atreví a decirle algo. 

Como había una cancha en la plaza, formamos nuestro propio equipo, Fabián de suplente, Daniel y Javier de delanteros, Héctor y yo defendiendo y Fernando al arco, era muy bueno para eso. Unos chicos nos echaron un partido, ellos eran de esos que se juran buenos, entonces aceptamos altiro, solo para tener la satisfacción de ganarles. Jugamos, no fue un partido muy difícil, les ganabamos por 10 goles, mientras ellos se retaban a así mismos, nosotros estábamos celebrando, fue desde ese día que decidimos dedicarnos al fútbol por completo. Jugábamos contra mucha gente, ganabamos y perdíamos, pero hubo un partido que extendería nuestro grupo. Vinieron gente de un barrio algo lejano, eran 5. Jugamos un partido muy parejo, aunque me mande algún cagaso como siempre, la pasé bien con ellos, y mis amigos pensaron lo mismo, por eso los 11 empezamos a jugar entre nosotros, los dos grupos nos habíamos vuelto uno solo, Héctor y yo nos hicimos amigos de uno que se llamaba Tomás, deciamos que eramos los tres mosqueteros, pero también socializaba con los demás. 

Solo recuerdo a 3 de aquellos nuevos integrantes, a Tomás, a Oscar y a Poco. Oscar me caía bien, era de esos que siempre sonríen, alguien risueño, pero a Poco lo encontraba muy mandón, nunca me cayó muy bien. Uno desapareció en los primeros días, y el otro, Igor, no hablaba mucho con él, y terminó cambiándose de casa al poco tiempo. Fabián empezó a alejarse de nosotros, estaba socializando con gente de su edad, aunque me dio pena, me di cuenta de que debía estar feliz por él, muchos nos dábamos cuenta pero no le decíamos nada, hasta que prácticamente ''salió'' del grupo. Aún así lo alcanzábamos a ver siempre lo saludamos con sus amigos. Fernando se cambió de ciudad, el nuevo arquero terminó siendo Hector. n

Nosotros 7 nos juntábamos a hacer partidos, siempre contra los más grandes, para darle más emoción. Una vez, unos grandes nos querían echar de la cancha, Poco estaba a punto de pelear con ellos, y mientras Javier se estaba riendo de lo que sucedido, Daniel intervino y les dijo que si nos ganaban nos iríamos sin quejas. Entonces hicimos un partido 6 contra 6, Tomás partió siendo suplente, y cambiaba constantemente conmigo, pues, éramos los más malos. Lo recuerdo como el mejor partido de mi vida, nosotros, el grupo de amigos, nos jugamos nuestra estancia en la cancha. Todos dimos nuestro mayor esfuerzo, aunque Héctor se metió un autogol. Estuvo peleado, pero por suerte acabamos ganando 31-29, gracias a dos goles de Poco. Aún así todos acabamos ocupando la cancha, Javier murmuró un poco contra esos grandes, pero jugamos como si nada hubiese pasado.

No solo jugábamos a la pelota, también salíamos a una colina para descansar, en ese lugar descubrí que Daniel fumaba, no me gustó eso, pero preferí no decirle nada, no quería pelear por algo así. Me acuerdo que le tirábamos piedras al río, y Javier tiraba las más grandes para que se viera cuando cayera al agua. El partido que encuentro más raro es uno en que 5 de nosotros, Javier, Tomás, Héctor, Oscar y yo jugamos contra 3. Ellos nos terminaron ganando por goleada, al final resultaron ser cadetes. Ese partido nos inspiró a mejorar.

Recuerdo que una vez, a Héctor se le ocurrió tomar algunas manzanas que habían en el árbol de un hotel. Tomás le advirtió que no lo hiciera, pero Héctor no hizo caso, escaló el árbol hasta que llegó un guardia. Tomás y yo nos escondimos mientras lo retaban, recuerdo que casi no aguantabamos la risa. Pasaron dos años, en que no hubo ningún cambio. También solía hablar mucho con Oscar, era la persona más simpática que conocí en mi vida, no me gustó ni nada, pero su presencia traía una calma indescriptible a mí y a los demás. Lamentablemente llegó el día del cambio, Tomás nos dijo con anticipación que se iba a cambiar de casa. Entonces decidimos hacerle una buena despedida, estuvimos un mes planeandola, incluso pusimos cuotas para cada semana, entonces lo invitamos a la casa de Daniel, y vio nuestra sorpresa, un pastel, globos y serpentinas. Le pude ver las lágrimas a Tomás, pero se abstuvo de llorar. Fue la única vez en que nos despedimos de un amigo de tal forma, y sentí que este grupo era especial, de amigos de toda la vida.

Uno se preguntaría si jugar fútbol como rutina no se nos hacía aburrido, la verdad no, pero si nos aburrió jugar en la misma cancha, necesitaba un arreglo, asi que a Poco se le ocurrió ir a un estadio. Quedaba un poco lejos, pero era mejor que jugar en esa cancha chica y maltrecha. Las puertas estaban cerradas, por eso tuvimos que pasar por un pequeño agujero, le pregunté a Poco si estaba bien que pasaremos así, el me dijo que no había problema. Por suerte no los hubo, el encargado de cuidarla nos dejó jugar sin ningún problema, y al rato se llenó de más gente. Hicimos un partido de verdad, 11 vs 11 con unos tipos que conocimos, se unieron algunos más, por ende la cancha se llenó por completo. Nuestro nuevo día a día era ir al estadio, pero una vez Javier le robó una pelota a un tipo, el hermano mayor se puso a perseguirlo, lamentablemente logró escapar, mientras Héctor lo maldijo, Daniel avergonzado, se disculpó con el dueño y le dijeron que se la pagarían. Nunca antes me había sentido tan decepcionada de Javier, bromas o no, ya estaba en una época en donde se estaba pasando de la raya, y eso me preocupaba. El dueño de la pelota se llamaba Juan, y aunque tuvimos aquel descontento, empezó a juntarse con nosotros, sin embargo, siempre miraba con mala cara a Javier, de hecho, el odio parecía ser mutuo. 

Mi último recuerdo de ese lugar, cuando aún éramos un grupo unido, era de cuando nosotros no pudimos pasar por el hoyo de siempre porque lo habían tapado, entonces tuvimos que escalar por una reja, escalamos con dificultad, pero el que peor la pasó fue Héctor, porque un alambre suelto le rajó el short, dejando que se le vieran sus calzoncillos blancos. Además se le traslucía el trasero, por lo que Juan no evitó llamarlo ''trasero de fantasma''.

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