"Los sucesos acaecidos en esta historia tuvieron lugar en algún momento entre 1942 y 1945. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia... o no. ¡Vete a saber! ¿Estuviste ahí? ¡Ah! ¡Pues entonces no vayas de listo, colega! ¡Agh! ¡Qué coraje!".
Había estallado la Segunda Guerra Mundial. SGM para los amigos. En un campamento aliado, al este de Alemania, se preparaban para una gran ofensiva. El estoque final a un puesto del Eje. Hacía un día de mucha niebla, y el suelo estaba embarrado. Los soldados se componían de distintas nacionalidades, no sólo ingleses, sino franceses, irlandeses, estadounidenses o soviéticos. Se podía unir todo el que quisiera luchar contra la Alemania Nazi y su führer. Entre ellos estaba el Cabo Nagasaki. Joven japonés que no llegaba a la treintena. Perdió a su amada en esta maldita guerra. Su único afán era encontrarla, y ya si eso matar nazis. Salió de su pequeña tienda de campaña. Vio cómo varios soldados hacían prácticas de tiro, usando a chavales como diana, y se sentó sobre unas cajas que allí habían. Sacó la foto donde estaba retratada su amada, y le empezó a brotar una lágrima. Juró que descubriría su paradero. En ese momento, llegó el cabo Pérez, un andaluz, barbudo y desaliñado. Era su mejor amigo en esta maldita guerra.
—¿Qué pasa, iyo? ¿Por qué estás tan triste, pisha?
—Es mi amada, tío —Acto seguido exageró su tono cual galán de culebrón —¡Ha desaparecido en esta maldita guerra!
El Cabo Pérez miró a su amada en la foto.
—¡Es muy guapa, arsa! ¡Si no fuera maricón, me la jincaba, arriquitaun!.
—Gracias, cabo. Es todo un detalle. —Se recompuso y trató de ser revolucionario —¡Esta guerra es un sinsentido!
—Ya lo sé. Me ha dado un avenate.
—¿Un qué... te ha dado? —Dijo secándose las lágrimas.
—Nada. Un enfado —Dijo impasible, sin ningún atisbo de emoción.
—Ah... —Se hizo un silencio —Y, ¿por qué, tío?
—Nada, hombre... ¡Me ha dado una pelúa!
Nagasaki no pudo contener la emoción ni las lágrimas y abrazó a su amigo.
—¡No te entiendo nada, pero sé como te sientes! —Dijo sollozando.
Tras unos instantes agarrados, el español se separó del japonés.
—Me ha encantado este momento de abrirse. Pero toca ponerse púo.
Ambos se dirigían hacia un pequeño comedor improvisado en mitad de un monte, donde se encontraba dicho campamento. La fortaleza del mal se encontraba a unos kilómetros de allí y el Teniente John era el encargado de llevar a cabo el ataque. Éste era algo más joven de lo que se podría esperar de alguien de su nivel. Pero tenía más cojones que todos los treinta soldados que quedaban vivos en ese lugar, pero menos que los que estaban muertos, por eso estaban muertos. ¡Por gilipollas!. John era de Wisconsin y un patriota de bandera. O sea, no es que fuese un patriota atractivo. Sino que tú le enseñas una bandera, y se te arrodilla ante ella, con la mano en el pecho y todo. ¡Puto loco! O sea, quiero decir, que todo está muy bien, que cada cual tiene sus ideas y tal.
Para llegar al comedor con mesas hechas de cajas de cartón, Nagasaki y Pérez tenían que cruzarse con el teniente. Estaba enfadado porque unos subalternos no se creían que fuera el más devoto de su país. Llamó al oriental y le hizo sacarse una bandera de Estados Unidos de su bolsillo.
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In-vagina y otras historias
General FictionUn compendio de relatos a través de varios géneros literarios.