In-vagina

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            Darío Rojas era un argentino, que cumplía los cuarenta y cinco años en pocos días. Se mantenía siempre en buena forma. Llegó a España hacía quince años. Era actor, y dada la inestabilidad de su profesión, compartía piso con Martín Sevilla, otro cuarentón. Pero éste se hallaba de viaje a la playa.

Se encontraba en su piso y se preparaba lo mejor y más rico que sabía hacer. La cocina era americana y daba al salón, y éste a la puerta de la entrada de vivienda. Tocaron al timbre insistentemente, motivo por el cual espetó su famoso "La concha de tu madre". Abrió la puerta, y al otro lado se hallaba Irina Kozlov. No era de Almería, sino de Rusia. Rubia, alta y despampanante, de ojos azules intensos. La visita le agradaría sino fuera porque en realidad estaba obsesionada con él, y le acosaba. Aún así, Darío no era un monstruo y acabó siendo condescendiente con ella.

—¡Ostia! ¡La enajenada! —Se sorprendió.

—¡Eh! ¿Qué forma es esa de tratar a tu novia? —Irina se extrañó.

—Irina: No es por ser cruel —Ahí demostró su famosa indulgencia —pero, sólo el mero hecho de pensar en salir con una loca me dan arcadas. —Ahí ya no.

Se hizo un sepulcral silencio. Darío confiaba en que sus amables palabras acabaran haciendo mella en la compatriota de Lenin. Quería quitársela de encima a toda costa, usando siempre el diálogo claro. Irina empezó a reír a carcajadas.

—¡Pues menos mal que sales conmigo y no con una loca! —Cogió aire. A pesar de su procedencia, era capaz de hablar muy velozmente el idioma de Cervantes. —Además, yo he venido aquí porque echaba de menos una cosita...

Irina se agachó en su presencia y le bajó los pantalones. Darío no pudo hacer nada ante tal hecho, sus actos eran más fuertes que sus palabras. Total, ¿qué daño podía hacer? Ella comenzó a succionar sus partes nobles, las de él, no las de ella. ¡Menuda contorsionista, si no! Darío olvidó cerrar la puerta de la entrada y una anciana vecina vio todo. Se sorprendió y le miró con cara de asco. Darío, mientras disfrutaba de una buena felación soviética, cerró la puerta de golpe. Al segundo, entró con su llave Martín y vio toda la escenita sacada del más cutre porno que pudiese existir.

—¡Joder, Darío, ya tengo miedo hasta de entrar en casa!

—¿Pero tú no estabas en la playa?

En ese momento, el mundo de Martín se derrumbó. Era incapaz de irse sólo a la casa que tenía en la costa murciana, puesto que siempre fue con Claudia, su ex. Una chica diez años menor, que le devolvió la vida y la juventud. Por desavenencias y decisión mutua lo acabaron dejando. Bueno fue más bien unilateral, por parte de ella, y ahora vive ahogándose en lágrimas por doquier. Martín se echó a llorar encima del hombro de Darío, desconsoladamente. Quizás no era el mejor momento para eso, claro.

—¡No puedo ir solo! —Lloró.

—Oye, colega, no me toques cuando me la están chupando. —No le quedó otro remedio finalmente que darle unas palmaditas en la espalda de consolación —Va, va.

Darío se dio cuenta de la situación. Le tenían agarrado por dos flancos, y uno de ellos pesaba noventa kilos.

—Estamos para una foto —Dijo para sí mismo.

—No puedo dejar de pensar en Cristina, tío —Sollozaba.

—¿Quién es Cristina? —Preguntó Irina como pudo.

In-vagina y otras historiasWhere stories live. Discover now