Capítulo 1: El periódico

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Llevo tres horas esperando en una sala increíblemente elegante, tan elegante que en el mismo momento que entre, supe que probablemente no me aceptarían en este trabajo.

Desde el momento en que llegué, había demasiadas mujeres en espera. En la entrada de la sala, una mujer que al parecer estaba tomando el registro de las aspirantes me llamó para tomar mis datos. Me tocó el lugar 52 por lo que desde ese momento supe que la espera sería muy larga.
Después de mi todavía llegaron otras veinte mujeres.

Eran muchas personas para solo tres vacantes, aunque, no las culpo por querer tener este empleo, la paga que se mencionó en el periódico era increíblemente alta para el trabajo que se supone debiamos hacer.
Por supuesto que no quiero darme ideas de que el puesto será fácil, tal vez el jefe es muy exigente.

Chicas y señoras tan arregladas como este lugar entran a la oficina del dueño de esta casa sintiéndose altaneras y salen sintiéndose el doble de majestuosas.

¿Qué tiene de grande o increíble ser empleada doméstica? Tal vez leyeron mal el anuncio sobre el empleo.

Finalmente, la puerta de la oficina se abre y sale una señora cercana a los 50 años, con la cabeza baja, camina sin ganas mas su cabello rizado y rojizo, se mueve al compás de su caminar. Es la primera de las cincuenta que han entrado, que sale de esta manera.
Ella se acerca a donde nos encontramos.
Una sala con grandes ventanales, cubiertos con cortinas café oscuro que dejan pasar muy poca luz del sol, por suerte sobre nuestras cabezas, se encuentra un gran candelabro de cristal que brinda más iluminación de la que podría dar la ventana si estuviese abierta. Las paredes son color crema y el piso claramente es de mármol. Los sillones sobre los que muchas estamos sentadas, son color vino, con marcos de madera en color negro. Es una sala preciosa y estar sobre el sillón me hace sentir que lo estoy ensuciando.

En definitiva no convino con el lugar.

Aún quedamos alrededor de veinte chicas y todas la volteamos a ver.
La señora da un recorrido con la mirada a cada una de nosotras.

—Ya ha aceptado a dos mujeres, solo queda una vacante -la poca esperanza que tenía en mí murió.

—Leire Sorní.
Mi nombre fue pronunciado por la chica que nos llama para entrar a la entrevista.

Ya era mi turno.

Me levanté del sillón y tome la única maleta que pude traer conmigo.
Solté un suspiro y tomé paso hacia las puertas que daban a la oficina.

La chica que estaba justo en la entrada me dejó pasar y sentí como todo mi futuro se juntaba en esta habitación, y para ser más exactos, detrás de un escritorio, en la personificación de un anciano.

—Hola, Leire, adelante, toma asiento -la voz cansada y rasposa característica de la vejez se hizo presente en la sala.
Me acerque a la silla frente al escritorio y puse mi maleta en el suelo antes de sentarme.

—Bien, muéstrame tus papeles, por favor.
—No traigo nada de eso.

Las cejas blancas de aquel señor lleno de arrugas, se elevaron y soltó a la par una risa nasal.

—¿Y entonces cómo podré evaluar si contratarte o no?
—Pensaba decirle la verdad, pero tal vez sea mejor no hacerlo perder el tiempo.
—Bueno, pocas verdades he escuchado el día de hoy —elevó sus manos sobre el escritorio y las recargó en él—, no me vendría mal un poco de realidad.
—¿Tiene tiempo?
—Querida niña, a esta edad lo que hace falta es tiempo, mas a los ancianos como yo, nos encanta escuchar historias —hizo un movimiento con su mano derecha para indicarme que iniciara con mi relato.
Y me solté a hablar.

Persiguiendo mi sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora