Huir

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Gabriel se dejó caer en el sillón de espaldas, soltando un bufido que cargaba con toda la bronca y la frustración que le había provocado ese día. Cerró los ojos y los apretó, masajeando sus sienes con los dedos índices. Realmente era una mierda todo.

Abrió los ojos para encontrarse con la mirada preocupada de Martín, quien había cerrado la puerta de su casa tras de sí y ahora lo observaba cauteloso, manteniéndose callado; seguramente sin saber bien qué decir. No lo culpaba.

-Es una cagada todo esto, Tincho -bufó Gabriel, haciendo una mueca. El chico asintió despacio y se acercó hacia él, sentándose al lado. -¿Qué carajo voy a hacer, boludo? Estamos a mitad de mes y tengo que apagar el alquiler en menos de dos semanas. Juan es un forro que no me va a dar ni dos pesos y la verdad es que está complicadísimo para conseguir laburo -enumeró, pasándose las manos por la cara de forma repetitiva, casi frenética. Martín frunció el ceño.

-Mañana llamamos y denuncias en el INADI, Gabi. O mandas un mail, o mismo te puedo arrimar hasta el lugar donde atienden si preferís que sea presencial. Es un forro, amigo, no puede salir impune de ahí. Al menos le sacas guita, algo... -reflexionó el chico, sobando la espalda de Gabriel con su palma abierta.

-Si, no sé... es que es todo una mierda, amigo -dijo exasperado, y sonrió cínico. -¿Te das cuenta, no? Eso me pasa por dejarme llevar en el lugar de trabajo, si yo no hubiera sido tan despreocupado ni me hubiera dejado llevar tanto... -hizo una mueca -, capaz tendría laburo todavía. Capaz mi vida seguiría normal -soltó. Martin paró el movimiento en su espalda y lo miró, captando la atención del chico.

-Te conozco, te estás refiriendo a algo en específico -dijo Martín por lo bajo, analizando la expresión del rizado quien ahora tenía la cabeza gacha. -No, Gabriel, dale... ¿te vas a dejar llevar por lo que diga ese imbécil? Tiene mierda en la cabeza, pibe... ¿sabes con cuántas personas así te vas a encontrar a lo largo de tu vida? -preguntó retóricamente el chico, y Gabriel sintió un escalofrío corriendo por su cuerpo.

¿Realmente él quería esto para su vida? No poder caminar tranquilo sin recibir miradas de reprobación, quedarse sin laburo por comerse a un pibe, sentirse mal y darle tantas vueltas a algo que a él le parecía tan simple...

¿Estaba preparado para eso? ¿Podría siquiera afrontarlo alguna vez?

Cuando estaba con Renato, Gabriel sentía que sí. Pero no le bastaba.

Esa seguridad efímera que duraba hasta que el chico lo dejaba solo, no le había alcanzado para que no lo despidieran de su laburo. No le había alcanzado para no ser directamente criticado por el propio padre del chico y mucho menos lo había hecho sentir mejor.

Gabriel, momentáneamente, sentía como que no era suficiente. Como que ese sentimiento de fortaleza y seguridad que Renato le brindaba, duraba lo que duraban sus besos. Era intenso, rápido, fogoso; pero quemaba. Quemaba cuando el castaño dejaba su boca y se alejaba; y quemaba él mismo al estar lejos de él.

Perdía toda certeza, se sentía a la deriva. Asustado, vulnerable.
Y no, no estaba preparado. Depender emocionalmente nunca sería una opción para Gabriel; menos ahora que no sabía para dónde iría su vida. Que no sabía cómo seguir, dónde trabajar, de dónde sacar guita...

-Podes quedarte acá hoy, Gabi -sugirió Martín, sacándolo de su trance. -Supongo que va a ser mejor, al menos nos tomamos unas birras y no te hundís en un pozo depresivo en tu casa -bromeó, sacándole una sonrisa al rizado.

-Si, mejor -le sonrió.

El cariño que Gabriel sentía por ese chico era muy, muy grande. Lo había ayudado de mil maneras desinteresadamente, nunca lo dejaba morir y siempre le daba una mano. Cuando ya estaba viendo todo muy oscuro, Martín siempre estaba ahí, al firme.

día número treintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora