Capítulo 1. Cenando con los Scamander

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24 de Diciembre de 1926.

Londres, Inglaterra.

—Newt, baja ya. Se te enfriará la cena.

El aludido sonrió de lado, sin apartar la mirada de las últimas palabras que había escrito. Sentado frente al escritorio de su hermano Theseus y a la luz de varias velas, Newt revisaba cada dos o tres renglones el contenido de su misiva, para cerciorarse de que era el adecuado; de que no aburría, de que hablaba de lo más relevante ocurrido en Londres desde la última vez que había pisado Nueva York.

Hasta ese momento llevaba dos cuartillas.

— ¡Newt! —El alarido de Theseus exasperado, lo hizo suspirar y de forma abrupta decidió finalizar su carta pues no quería dejar de escribir aquel día en especial. Con un trazo rápido y torcido, producto de la experiencia obtenida al escribir cuando viajó por la guinea ecuatorial y el resto del mundo, firmó la carta, la enrolló y la ató a Deacon, la lechuza de Theseus.

—A Tina. Por favor llega a tiempo con Tina —susurró con vehemencia a la enorme lechuza color caramelo que pululaba con tranquilidad. Abrió la ventana y de inmediato el ave extendió sus alas dedicándose a volar por debajo de los copos de nieve que caían despacio contra el suelo y cualquier cosa que se interpusiera entre el cielo y la tierra.

Sus ojos azules brillantes, y ligeramente tristes, siguieron la ruta del ave hasta perderse en el cielo gris. Realmente no extrañaba mucho su estadía en América; era la presencia de Tina de la cual no lograba desprenderse por una cantidad prolongada de tiempo. Cada momento que tenía para estar a solas aprovechaba para dedicarle un pensamiento, preguntarse que haría o sí le estaría yendo bien en su empleo de nueva cuenta como auror; si se acordaba de él en la noche, o en el día, como solía acordarse de ella. Tina. Tina. Era todo lo que opacaba la mente de Newt a pesar de que intentó en dos o tres ocasiones arrestarlo. 

— ¡Por Merlín! ¡Baja ya, Newton!

El magízoologo se apartó de la ventana a regañadientes y se acercó al escritorio donde el tintero reposaba al lado de la pluma para extender la mano diestra: Casi de inmediato Pickett salió detrás de uno de los ejemplares de los cuentos de Beedle el bardo (El escritor favorito de Theseus) y saltó a la palma de su mano; se lo llevó al bolsillo superior de su saco y dejó que se acomodara a gusto: El pequeño bowtruckle cerró los ojos de inmediato. El castaño lo comprendía, era tarde ya y Pickett solía acostarse antes de las diez.

Bajó con parsimonia las escaleras de caracol que unían los dos pisos de la modesta casa de Theseus y enfiló los pasos rumbo al comedor,  con las manos en los bolsillos y con aquella timidez que le caracterizaba: El comedor era una pieza decorada rústicamente, aunque resultaba un tanto insípida, al igual que los cambios de humor en su hermano mayor. Los ojos azules de Newt se pasearon por las paredes, admirando los retratos de sus padres y de ellos mismos de pequeños pasando buenos momentos; cuando existía un lazo que los unía y no una inquientante enemistad. De forma inconsciente una sonrisa abordó el rostro del castaño, hasta que el recorrido visual terminó en un Theseus de treinta y siete años; con la camisa arremangada, acomodando la mesa a gusto.

—Pensé que ya estaba listo todo—comentó Newt, para llamar la atención de Theseus.

El castaño se giró a verle y sonrió de medio lado.

—Te llamaba para que me ayudaras a acomodar la cena. No puedo hacerlo todo yo solo.

Newt echó un vistazo rápido a la pequeña bandeja de plata donde el pavo, las legumbres, el pan de frutas y dos botellas de hidromiel aguardaban a ser dispuestas. Esto le extrañó un poco: Theseus era muy práctico a la hora de preparar alguna celebridad como Navidad, pascua o los cumpleaños de ambos. En aquel momento, hasta arreglaba la mesa a la manera muggle, desconcertando por completo a Newt.

A tiempos oscuros: Animales fantásticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora