IV

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El veinticuatro de diciembre salí de mi casa más temprano que de costumbre. Las calles estaban atestadas de gente que corría de un lado a otro con bolsas de regalo, adornos de navidad y comida.

Guardé las manos en los bolsillos de mi saco y caminé con mi cara escondida en la bufanda de lana que me regalaste el día de mi cumpleaños. Un par de cuadras más adelante, me topé con una casa de regalos y sin pensarlo demasiado me metí. Lo cierto era que no tenía idea de qué regalarle a Gabriel, llevábamos poco tiempo de conocernos, pero aun así, no quería llegar con las manos vacías. Al final, me decidí por un reno de peluche con una bufanda verde. Le pedí a la chica que lo envolviera para regalo y salí de ahí directo a la cafetería.

El reloj en mi muñeca marcaba las diez y cuarto cuando llegué. Dejé mi abrigo, el regalo, y crucé las manos para esperar a mi nuevo amigo.

A las once y media de la mañana, una sensación desagradable en el pecho me asustó.

Veía a través de la ventana la felicidad reflejada en el rostro de las personas, y sentí envidia. Ciertamente, me gustaría ser tan feliz como ellos, pero ahí estaba, sentado en una cafetería, colgado de un montón de recuerdos y esperando a un extraño que quizás no llegaría.

A las doce y veinte, llamé al mozo para pedirle lo mismo de siempre: un café cortado en pocillo. Puse la bolsa con el peluche en el suelo, y en ese momento, escuché la voz de Gabriel, y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—¡Buenos días! — me dijo, agitado. Se sacó la bufanda, los guantes y los dejó sobre la mesa — Dios, ¿por qué la gente espera para comprar los regalos a último momento?

—Pensé que no venías — dije con un toque de alivio en mi voz.

—¿Cómo no iba a venir? Teníamos una cita — respondió sonriendo — Me atrasé en el centro porque tuve que pasar a comprar algo antes de llegar, hay mucha gente... ¿ya pediste?

Negué.

—Estaba por hacerlo justo ahora.

Cuando el mozo se acercó le pedí dos chocolates con crema. Vi que Gabriel revolvió los bolsillos de su campera y sacó un objeto envuelto en papel de regalo y una bolsa de papel con un moño de colores.

—Feliz navidad adelantada. — me dijo, extendiéndome los regalos — Abrí primero éste — señaló la bolsita.

Yo lo miré sorprendido. La bolsita tenía unas galletitas con forma de hojas. Abrí el segundo paquete y noté que Gabriel se sonrojó. Era una figura de cerámica con forma de búho.

—Nunca me habían regalado una cosa así — comenté, admirando los detalles del búho con una sonrisa. Era de color azul brillante.

—¡Perdón! Sé que es una tontería, pero no hablamos mucho sobre tus gustos.

—Gracias, es precioso — dije, genuinamente emocionado.

—¡Las galletitas las hice yo! Solíamos usar ese molde con mi abuela, probalas.

Rápidamente, revolví la bolsa y agarré una. Noté que aún estaba tibia; me la llevé a la boca y la saboreé, bajo la mirada atenta de Gabriel.

—Está deliciosa, se te da bien hacer postres. Ah... — busqué la bolsa con el peluche y con un poco de pena se la entregué. Noté el entusiasmo en su mirada al recibir el regalo — Feliz navidad adelantada.

Miró su regalo con el entusiasmo bailoteando en sus pupilas, como un nene que despierta y ve el árbol lleno de regalos. Incluso esa actitud tan infantil me recordó a vos. Solías entusiasmarte de una forma exagerada cuando recibías mis regalos de navidad. Yo nunca fui bueno para elegirlos, pero a vos parecía gustarte cualquier cosa te yo te diera.

El mozo llegó con los dos chocolates con crema batida y canela. Ambos tomamos un buen sorbo, el sabor semiamargo me ayudó a no quebrarme cuando los recuerdos volvieron a trasladarme al pasado, a esos momentos en los que brindábamos juntos.

Gabriel me sonrió con dulzura y se relamió el labio para quitarse el bigote de crema.

Pasamos la tarde en el café, conversando, bromeando, conociéndonos un poco más y disfrutando de aquella especie de cita extraña.

Cerca de las once nos fuimos al parque, donde cada año daban un espectáculo de fuegos artificiales. Hicimos la cuenta regresiva juntos y cuando las luces comenzaron a destellar sobre el cielo, me despedí de vos y te deseé una feliz navidad. En ese momento, sentí esa paz que llevaba muchísimo tiempo buscando.

—Feliz navidad, Renato — me dijo, dándome un abrazo apretado.

—Feliz navidad — respondí, correspondiendo aquel gesto.

Después de aquella navidad, Gabriel y yo seguimos encontrándonos en aquel café. Yo le contaba mis cosas, él estaba dispuesto a escucharme, a consolarme, a invitarme una taza de café con crema para que el sabor dulce apaciguara mi dolor. Mentiría si dijera que fue sencillo pasar mi duelo y volver a empezar, yo creía que no estaba listo para empezar de nuevo. No estaba listo para dejarte ir, pero aquel chico de sonrisa simpática y mirada noble, me ayudó a hacer un poquito más ameno el dolor; me enseñó que hay cosas que no se borran pero que se guardan, o simplemente se endulzan con una taza de café con crema.

Café cortado con crema. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora