Capítulo 4

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– Aun no entiendo cómo logras ser tan imprudente. Vivimos en medio de la naturaleza, ¿no quieres llevar algo para protegerte contra tales ataques?

Keith rodó los ojos en descontento, – ¡Incluso si tuviera algo para defenderme, no habría podido protegerme mejor! – Espetó, esbozando una mueca al hombre frente suyo.

– ¿Y si yo no hubieses encontrado una vara para salvar tu vida?

– Pero ese no fue el caso, ¿no? ¡Deja de darle vueltas al asunto!

El hombre decidió ignorar el comentario de su hijo para hablar de nuevo, – ¿Y si esas hierbas son peligrosas? ¿Y si esos tipos te engañaron?

– ¡Basta! – El menor interrumpió, tomando una espada de piedra para dirigirse a la salida.

– ¡Te prohíbo dejar la choza!

Keith apartó la cortina que colgaba en la entrada, haciendo caso omiso al hombre que le regañaba, saliendo del lugar.

Cuánto lo odiaba. Oh, lo odiaba. Ese hombre hacía que sus nervios se elevaran como nunca nadie lo había hecho. Realmente le ponía de mal humor.

Se adentró apresuradamente a la selva, directo hacia el río. Cuántas veces había querido escapar... Pero estaba consciente de que sería suicidio, especialmente si se llegase a escapar el sólo.

Se sentó a orilla del río. Lance no estaba ahí. Intentó engañar al aburrimiento que le causaba la espera, distrayéndose con romper en pedazos pequeños y cada vez más pequeños, un pedazo de rama que se encontraba al lado de él, pero el tiempo parecía pasar más lento todavía.

Resopló pesadamente y se resignó a la idea de que Lance no vendría esta vez, hasta que escuchó la voz que tanto había estado esperando, mas no le había entendido en lo absoluto.

– ¿Lance? – Keith arqueó una ceja, ladeando levemente la cabeza hasta que finalmente, el mencionado salió de entre los árboles junto con una sonrisa resplandeciente en su rostro.

– ¡En persona!

– ¿Qué fue lo que dijiste?

– ¿Hola...? – Repitió en aquel idioma que Keith no conocía.

– ¿Dónde has escuchado eso? – Preguntó, sin dejar su curiosidad a un lado.

Lance encogió los hombros, – Una anciana en el pueblo siempre lo dice; ella dice que tiene sangre española.

– Oh.

– Sí.

Ambos mantuvieron un silencio cómodo durante unos segundos, hasta que Keith finalmente preguntó, – ¿Por qué tardaste tanto? – Intentaba aparentar su preocupación como inexistente, pero a pesar de esto, no logró hacer un muy buen trabajo de ello.

– No me dejaban salir. Sospecharon de mí por la desaparición de los vendajes. – Respondió con simpleza, encogiendo los hombros de nuevo.

– Lo siento.

– ¡No te disculpes! – Lance negó con la cabeza, mirándole con incredulidad. Nunca pensó que este chico, quien al principio había parecido distante e incluso egocéntrico, se disculparía por algo así. – Más bien, ¿qué te pasó? Pareces un poco... enfadado.

Ante el comentario, el pelinegro entonces desvió la mirada, fijando su atención una vez mas en los trocitos de madera que había dejado esparcidos sobre la tierra.

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