Cuando pude abrir los ojos de nuevo, me encontré tumbado sobre la hierba y con una fresca brisa azotándome el rostro. Hacía calor, o al menos eso me parecía, ya que estaba acostumbrado al frío intenso del invierno. Unos tenues rayos de sol apenas atravesaban la espesa copa del árbol bajo el que me encontraba, que por sus frutos deduje que se trataba de un manzano silvestre. Me levanté pesadamente del suelo, mareado y confuso por lo que había sucedido. Todo lo que me rodeaba era verde y frondoso, pude distinguir varios tipos de árboles a mi alrededor, y el suelo estaba cubierto con una densa capa verde de hierba, arbustos y maleza. La escena provocaba una sensación de calma misteriosa en mí. Curiosamente, la piedra desprendía un brillo más cálido e intenso ahora que antes de llegar a ese extraño lugar.
No sabía donde estaba, ni qué hacer, ni siquiera sabía a cuanta distancia me encontraba de la población más próxima o cómo había llegado allí. Todo lo que sabía era que me encontraba en pijama en medio de un bosque.Divisé entre la vegetación un sendero que, por el estado en el que se encontraba, parecía ser bastante transitado. Me dirigí hacia él y, escogiendo al azar una dirección, me puse en camino con la esperanza de salir del bosque y encontrar alguna población que me permitiese resolver mis dudas o, en el mejor de los casos, regresar a casa. Tras diez minutos caminando, poco había cambiado a mi alrededor, el bosque seguía siendo verde y frondoso, parecía que el camino no se iba a acabar nunca cuando me sorprendió el sonido de unos pasos acercándose hacia mí. Sobresaltado,me oculté tras unos arbustos altos que bordeaban el camino, mientras los pasos se oían cada vez más y más cerca.
De repente, dobló la esquina, y vi cuál era el origen de aquellos pasos. Me quedé paralizado al observarlo, era un zorro, pero no un zorro de los que cualquiera de nosotros podríamos ver en una excursión campestre si presta la atención suficiente, sino que caminaba erguido, sobre sus dos patas traseras como lo haría cualquier humano. El animal llevaba una pequeña chaqueta que parecía ser de cuero, mientras que el resto del cuerpo lo llevaba desnudo, sin nada más que su propio pelaje para cubrirlo, de color anaranjado, y blanco en su pecho y vientre. De su hombro derecho colgaba una correa que sostenía una pequeña bolsa de piel, que aparentaba haberse desgastado con el paso de los años. El zorro avanzaba con paso ligero y grácil por el camino, acercándose a los arbustos tras los cuales me ocultaba, mientras se acercaba, dí un paso hacia atrás y sin querer, tropecé con una rama que estaba tirada en el suelo, y caí de espaldas estrepitosamente.
El zorro reaccionó instantáneamente al ruido, se detuvo en seco y agudizó sus sentidos, en lo que supuse una mezcla de miedo y curiosidad. Yo me intenté arrastrar lo más silenciosamente posible hacia el arbusto para evitar que el animal, si es que se le podía llamar así, me viese. Sin embargo, ese mínimo sonido le sirvió al zorro para detectar mi posición, y comenzó a caminar hacia donde estaba yo escondido, con la agilidad y el sigilo propios de los zorros comunes. Se me aceleró el corazón y el miedo inundó mi cuerpo, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar, cuando el zorro se acercó lo suficiente como para que pudiésemos intercambiar miradas.
Mi rostro se tiñó de blanco nada más mirarle a los ojos, mientras que éste abrió mucho los ojos y levantó sus orejas, en una expresión que no sabría distinguir si era de sorpresa, miedo, curiosidad o una mezcla de ambos.
– Por favor, no me comas – Fueron las palabras que salieron de mis labios, y al instante me dí cuenta de que no sabía si el zorro podía o no hablar.
– Eres... ¿un humano? – Respondió, ladeando un poco la cabeza.
– ...Sí... – Dije titubeando, pues no sabía que esperar de aquella situación
– Que extraño, hace siglos que un humano no pisa las tierras de Landiur – Afirmó el zorro – Quizá.. Si, creo que será mejor. – Dijo pensativo. – Acompáñame – Añadió.