Prefacio

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"Las sonrisas no significan felicidad y las lágrimas no significan tristeza."

La lluvia caía a raudales empapando toda mi piel y ropa, llevándose... Nada, nada lograría quitarme ese dolor que amenazaba con romperme en dos. Un dolor que me dejaba una punzada en el corazón.

Lágrima tras lágrima venía cada uno de los recuerdos que tuve con ellos y el dolor en mi pecho se intensificaba al pasar los minutos. Sus ojos castaños, sus sonrisas comedidas, los abrazos que me dieron cada noche antes de irse a la cama, cada uno de esos momentos llegaron a mi memoria dándome un golpe tras otro.

Primero había muerto mi padre, el hombre que me escuchaba y que cada día me arrancaba una sonrisa con las historias que me contaba, con sus abrazos podía quitar todo lo que dolía... Él fue el inicio de mi declive.

Luego vino la muerte de mi madre, que, aunque no teníamos una gran conexión, fue la mujer que me dio la vida. Una llamada confirmó el presentimiento que tuve ese día, el dolor en mi pecho llegó en cuanto lo supe, un accidente de auto y eso fue todo lo que bastó para llevársela a ella y que me llevara a mí a su lado.

El cielo rugía con tanto odio y dolor como yo me sentía, la lluvia empapaba cada parte de mí, mientras mis lágrimas se confundían con ella.
Era su entierro, el entierro de mi alma donde había comenzado a llorar el cielo junto conmigo, todos se retiraron después de haberla puesto tres metros bajo tierra, todos se fueron menos yo. Me despojé de la mayoría de mi ropa, me deshice del gran abrigo que me fue colocado esa tarde.

Pensaban que podían calentarme, pero mi alma ya estaba fría y para eso no se usan abrigos, me quedé solo con el vestido negro y me acosté en el césped junto a su tumba mientras llovía, sentía como si hubiesen sido horas antes de que alguien se haya dado cuenta de donde estaba, después de mi madre y mi padre no había nadie más a quien realmente le importara.

—¿Qué estás haciendo acá? Te congelarás y podría darte hipotermia. —La voz de mi hermana mayor resonó en mis oídos, preocupada y triste.

Me tendió la mano y me ayudó a levantarme.

—Vamos a casa. —Ella se veía igual de destrozada, con los ojos hundidos y quizás un poco más delgada, pude ver la tristeza filtrarse por sus grietas de seguridad, pero ella tendría que seguir fingiendo que no estaba tan rota como yo pensaba porque ya es madre, su pequeña hija no podía verla así.

Subí a su auto, mi cuerpo se sentía como se sentía mi alma, pero igual que cuando murió papá, escucharé a todos decir que debo seguir adelante, solo porque ellos no se han quedado completamente solos.

—Si quieres podrías venir conmigo a casa unos días. —Cuando mi padre murió había cumplido la mayoría de edad y me había mudado sola, aunque siempre estaba metida en casa de mi madre, me gustaba sentirme independiente.

—Iré a casa. —Dirigí mi mirada hacia la ventana mientras Elliot manejaba, mi hermana se casó y formó una familia, una muy bonita.

Las calles estaban desiertas y oscuras mientras me bajaba frente a mi edificio, seguía mojada y fría, pero no me importaba, subí las escaleras de una en una, me pesaban las piernas, abrí la puerta y llegué a la habitación, me despojé de la ropa y entré al baño, ahí me derrumbé bajo el agua caliente que ayudaba a entrar en calor a mi cuerpo, pero el frío de sentirme sola y abandonaba seguía ahí.

Un trueno resonó en todo el apartamento, vi sombras extrañas por todo el lugar, pero en ese momento no presté atención a nada más que las lágrimas que nublaban mi visión.

Salí del baño y temblorosa me dirigí a mi habitación, dónde guardaba algunas cosas de mis padres, con cuidado abracé el libro que papá solía llevar con él y dónde hacía sus anotaciones. Nuca entendí nada por alguna extraña razón escribía con un código que solamente él podía descifrar.

Mi gato caminó hasta mis piernas y restregó su cuerpo en ellas. Suspiré acariciándole la cabecita y deshaciéndome en lágrimas. Los extrañaba tanto.

InframundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora