Capítulo 1

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Definitivamente, estaba traicionando a su madre. Tal vez no había blasfemado en contra de ella, ni se había negado a dejarle una ofrenda en el brasero, pero prácticamente podría haber sido lo mismo, o peor. 

No por primera vez desde que había dejado su cabaña, se arrepintió de su decisión. ¿Qué estaba mal con ella? ¿Desde cuándo buscaba encontrar solución a sus problemas acercándose al mar, el territorio de Poseidón, el enemigo jurado de su madre? Ella no era así. 

Como hija de Atenea, ella habría buscado la respuesta a sus conflictos internos de manera lógica; sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, estaba tratando de encontrar una salida basándose en sus sentimientos. El tiempo estaba corriendo, y ella aún no había tomado una decisión. Al menos, estaba segura de que no había testigos. Se había asegurado de ello al colocarse la gorra de invisibilidad de los Yankees que su madre le había dado hacía mucho tiempo. 

Los campistas eran el menor problema, ya que ya habían transcurrido varios minutos desde que el toque de queda había comenzado, pero todavía quedaba uno mayor: las arpías. Si ellas la encontraban, estaría perdida. Pero ellas no solían acercarse al mar —al menos la mayoría de las veces—, por lo que la playa era el lugar ideal para reflexionar. De todas maneras, ya era tarde para arrepentirse: había llegado. 

Se dirigió hacia la orilla, donde el mar se extendía delante de ella. Observó como la luna se veía reflejada en el agua, dándole un toque fantasmagórico que habría resultado inquietante para cualquier otro campista, pero no para ella. No para la hija de Atenea, quien había enfrentado cosas mucho peores que solo un paisaje con aire alarmante. Al contrario, lo encontraba relajante. En la soledad del lugar, podía sentir como sus ideas se organizaban lentamente y tomaban forma. Pero no era suficiente. 

Cuando sentía que había llegado a una resolución, las piezas en su mente se desmoronaban y la dejaban tan desconcertada como se había sentido desde el momento en el que había llegado. Suspiró, resignada. Al parecer, eso tomaría más tiempo del que creía. Se ubicó en el centro de la playa y se sentó. Cruzó las piernas y dejó su gorra de invisibilidad sobre la arena, segura de que las arpías no llegarían a un lugar tan alejado del campamento. 

Se preguntó por qué todo se le hacía tan complicado. Tal vez era porque, a pesar de todo, continuaba pensando como una hija de Atenea. ¿Por qué no estaba siguiendo su plan original, el de dejarse llevar por sus emociones? Suspiró, una vez más. Sabía la respuesta. Porque ella era Annabeth Chase. Era parte de su naturaleza. Era lo que le había salvado la vida más de una vez, pero también era lo que la había puesto en peligro. De no ser por Percy, probablemente ... Entonces, se reprendió mentalmente. Casi lo había logrado. Casi. Genial, ahora tendría que agregar un problema más a su lista de conflictos internos no resueltos. 

Como si no fuera suficiente, el olor del mar no hacía más que recordarle al sesos de alga, y ahora que lo había hecho, su mente finalmente dejó de lado su problema inicial para enfocarse en el otro que no había hecho más que agobiarla desde que lo había descubierto. Y sin que pudiera evitarlo, pensó en él. Pensó en las innumerables veces que ambos habían peleado, porque después de todo, esas discusiones eran las que ocupaban la mayor parte de los recuerdos que habían forjado. 

Había sido en una de aquellas oportunidades en las que habían surgido aquellos apodos. Ella había dicho que probablemente su cerebro estaba cubierto con algas, a lo que él había respondido que ella se creía una chica lista. Desde ese momento, ella lo había llamado «sesos de alga», mientras que él la llamaba «listilla». Esos eran los nombres que ellos usaban cada vez que discutían, lo cual solía suceder cada vez que peleaban por cualquier cosa, incluso las más triviales. Desde decidir cuál era el arma más útil para usar en una batalla —una daga, por supuesto— hasta escoger cuál era la comida más adecuada para ofrecer a los dioses en la hoguera —definitivamente, no era la comida azul—. 

Mientras estemos juntos (Percabeth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora