Escape

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21/12/18

A veces me cuestionaba qué habría ocurrido en mi vida para llegar a ese punto. Un matrimonio pegado con curitas y una madre que solo me muestra una sonrisa doliente. Reunión familiar, ¿a quién podría gustarle eso?

Las horas pasaban y el incesante traqueteo del reloj seguía meciéndose en la pared. Miré mi sopa, ya estaba fría. La televisión producía un ruido molesto, mi padre estaba viendo un partido de fútbol, sus gritos, rebosantes de energía inundaban la sala y llegaban al comedor instalado en el piso de arriba. 

Me levanté de la mesa sin haber probado aquella gelatina que habían presentado por sopa y tomé mis cosas, iba media hora tarde. Mi madre, con su cabello negro en las puntas y blanco en las raíces, descuidada. Estaba en una esquina, con su chal viejo y su rostro lastimado, sonrió al verme. 

— ¿Quieres que te acompañe? -Inquirió con una sonrisa que tan solo pedía que la sacara de ese sitio. Asentí en silencio y salí rápidamente. 

Me quedé unos momentos mirando a las personas pasar, no comprendía cómo podrían sonreír tan estúpidamente. Mi madre salió con un suéter nuevo, rojo. Tomó las llaves del auto e intentó arrancar. Otros veinte minutos perdidos. Salimos y tomamos un taxi. 

  — ¿A dónde las llevo señoritas? -Cuestionó el taxista tan pronto subimos al auto. Su acento era norteño. 

— A la plaza central -respondió mi madre apresurada. 

— Y rápido -complementé mirando por la ventana.  

El viaje fue turbulento, pasamos por varios senderos antes de llegar al sitio. Los ríos y lagos ya se podían distinguir a unos metros. 

Terminamos llegando por un sitio estrecho. Los golpes del camino y el tarareo del conductor se iba haciendo cansado. Todo se iba haciendo cansado. Miré mi reloj de pulsera, una hora tarde, sonreí. No podría llegar temprano jamás en mi vida. 

Desconocí el lugar por unos instantes, en ese momento vi el edificio rectangular cubierto de colores en una manera caótica y la fuente saltarina a su lado. Las baldosas eran beige y el aroma a petricor en el aire. Estaban regando las flores y el pasto. Sonreí para mi. Miré a mi madre, estaba pagando al taxista, volteó hacia mi y bajó la mirada. El sol estaba en lo alto y hacía calor. 

  — Lo desconocí por un segundo, ¿puedes creerlo? -Reí alegremente, mi madre me devolvió la sonrisa esforzándose por mirarme. 

— Puedes recordarlo por el edificio de allá -señaló a aquel sitio-, una vez venías con él y se dieron un buen paseo por ahí. Me lo contaron en casa, ¿recuerdas? -Asentí.

— Esos fueron buenos tiempos -miré hacia la fuente. Le tomaba del brazo, sonreíamos el uno para el otro.  No importaba nada más. 

— Es una pena que. . . -mi madre bajó la mirada, asentí ante su silencio. 

— No importa, no hemos venido a recordar esas cosas ¿cierto? -Intenté animarla a pesar del nudo que se formaba en mi garganta-. Vamos a ver la casa. 

Caminamos un rato. Nuestra casa estaba escondida un poco más al fondo de aquella arboleda, al fondo. Una pequeña cabaña, enfrente de una de las estaciones de vigilancia. Tomamos la llave y entramos. Olía a viejo, todo estaba empolvado. Me senté en la que había sido su silla y miré por la ventana. 

  — Que nostálgico resulta esto, ¿no te parece? -Le miré. Mi madre estaba viendo una foto, evidentemente era la suya. Lágrimas comenzaron a invadir su rostro. 

— Aún lo recuerdo, ¿sabes? Cada noche escucho su voz. . . -Su voz se cortó a ratos mientras balbuceaba cosas inteligibles. 

Me levanté y fui hacia ella. Miré las fotos de la pared. Era guapo. Tenía veinte años cuando murió, siempre había dicho que quería morir en un número cerrado. Su cabello era castaño claro, a decir verdad tenía un rostro común pero tenía un brillo característico en él. "Un no sé qué". . . Siempre creí que su pureza destilaba por dentro y fuera de él. 

En mi etapa REMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora