Promesa.

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Los ojos de Alby no paraban de moverse de manera inquieta una y otra vez a las puertas del laberinto. Faltaban al menos treinta minutos para que estas se cerraran y Newt aún no había regresado.

Frunció el ceño e intercambió una mirada con Minho. El chico se acercó a él y ambos se quedaron cruzados de brazos mirando hacia el interior del Laberinto, mientras escuchaban al resto de los Habitantes haciendo lo de siempre a sus espaldas.

- ¿Dónde plopus se ha metido Newt? –preguntó bruscamente, apretando la mandíbula.

Minho se encogió de hombros, una mirada preocupada asaltando su rostro.

- La última vez que lo vi estábamos por entrar al Laberinto.

Alby chasqueó la lengua y desvió su mirada hacia las puertas nuevamente.

Veinte minutos.

Tomó un trago de aire y descruzó los brazos.

- Iré a buscarlo.

- Te acompaño.

- No – Alby negó con la cabeza-. Ya has estado todo el día fuera, ve con el resto. Sartén ha preparado algo bueno hoy. Lo encontraré.

Minho frunció el ceño levemente y miró a Alby fijamente a los ojos, en silencio – algo no muy normal en él, Alby ya estaba casi preparado para sus típicos comentarios sarcásticos. El asiático asintió y le palmeó el hombro.

- No tardes.

Alby negó con la cabeza y lo observó marchar. Soltó un suspiro y enfrentó los enormes muros de granito. Apretó los labios y se internó en el Laberinto.

- ¡Newt! – gritó, unos cinco minutos después, frustrado de no encontrarlo por ningún lado. - ¡Newt, pedazo de garlopo miertero ¿dónde te metiste?!

Se detuvo bruscamente al oír un ruido extraño. Un golpe seco y brusco.

Su corazón comenzó a latir de manera apresurada. Sabía que no podían ser los Penitentes. Aún faltaban diez minutos para que se cerraran las puertas. Corrió el largo trecho que lo separaba de la próxima curva con desesperación, su mente con el único pensamiento de Newt.

En cuanto dobló la esquina sus ojos se abrieron como platos y su cuerpo se paralizó. Todo sucedió tan rápido que apenas lo recordaba. La visión del cuerpo de Newt inmóvil apareció ante sus ojos como una de sus peores pesadillas. No supo realmente cuando tiempo se quedó allí inmóvil, mirándolo con su mente en blanco, hasta que percibió un pequeño y apenas audible gemido de dolor.

Su cuerpo se puso en movimiento antes de poder registrar lo que estaba haciendo.

- ¡Newt!

Se arrodilló a su lado y le tomó la cabeza entre ambas manos, colocándola suavemente sobre su regazo. Su pelo dorado estaba teñido de sangre.

- ¿Newt, puedes escucharme? – el sollozo salió de sus labios sin que pudiera evitarlo. Vio como Newt intentaba abrir sus ojos sin lograrlo. La boca del rubio se movió tratando de hablar, pero el aire no le llegaba a los pulmones. Un temblor recorrió todo el laberinto-. ¡Tenemos que salir de aquí, las puertas están a punto de cerrarse!

Con la mayor delicadeza que pudo usar en ese momento de desesperación, tomó a Newt de los brazos y lo cargó sobre su hombro, haciendo una mueca al escuchar cómo el rubio soltaba un grito de dolor.

- Estarás bien – susurró, aunque no estaba seguro si trataba de convencer a Newt o a sí mismo.

La remera azul de Alby estaba empapada de la sangre de su amigo, y el suelo del Laberinto se llenaba de pequeñas gotas rojas a medida que Alby corría hacia el Área. Newt parecía perder y recuperar la conciencia a ratos, gimiendo de dolor a cada paso.

- Déjame… - Alby apretó las mandíbulas al escuchar como luchaba por hablar-. Déjame… morir.

El corazón de Alby se rompió en pedazos al escucharlo.

- ¡AYUDA! ¡ALGUIEN AYUDE! – gritó con pena en cuanto logró cruzar la puerta este, apenas unos minutos antes de que esta se cerrada detrás de él.

Un grupo de chicos salió a su encuentro, Minho encabezándolos. Jeff y Clint llegaron segundos después, trayendo una camilla con ellos. Los gritos de Newt resonaron en toda el Área cuando lo acostaron sobre el catre.

Alby trató de alejarse unos pasos para dejar que Jeff y Clint se encargaran de él, pero Newt usaba las pocas fuerzas que tenía para agarrarse de su remera, reteniéndolo a su lado.

- A-Alby…

- Estoy aquí. No me iré – lo consoló.

Los médicos lo llevaron a la destartalada cabaña, bajo la mirada shockeada del resto de los Habitantes. Trabajaron toda la noche en cerrar y limpiar las heridas que decoraban el cuerpo del rubio. Alby no se movió de su lado por mucho que Minho se lo pidió.

No podía dejarlo.

- Estarás bien – le repetía una y otra vez, incluso cuando tenía poca fe de que eso sucediera. Incluso cuando los ojos de Newt gritaban que no quería estar bien.

Déjame… morir.

Era de noche cuando Newt volvió a abrir los ojos. Estaban solos en la habitación. Sus miradas se encontraron casi al instante, pero ninguno de los dos rompió el silencio. Los ojos de Newt se llenaron de lágrimas y estas se deslizaron por sus mejillas, cayendo sobre su cuello y perdiéndose en la cama.

- No tendría que haber pasado esto-. Alby permaneció en silencio, sus ojos entrecerrados y sus manos apretadas en sendos puños. Sabía lo que venía a continuación-. No debería de estar vivo.

Eso era todo. Se sentó a un lado de Newt, y le tomó el rostro con ambas manos, obligándolo a que lo mirara a los ojos.

- No, escúchame, garlopo – el enojo explotó dentro de él como una bomba-. No voy a dejar que mueras. No mientras yo esté aquí.

Las lágrimas caían copiosamente por el rostro de Newt y todo su cuerpo temblaba debido a los sollozos.

- Quiero irme. Quiero salir de este lugar. Siento que me estoy volviendo loco.

- Saldremos de este miertero laberinto, Newt. Lo haremos juntos. Lo prometo. Pero tú tienes que prometerme que jamás volverás a intentar algo tan estúpido.

- ¿Cómo sabes…?

- Promételo.

Los labios de Newt estaban apretados en una fina línea. Sus mejillas y nariz rojas por el llanto, y ataviadas de finas cicatrices. Se mantuvieron la mirada por un largo rato, hasta que el rubio finalmente soltó un suspiro y asintió.

- Lo prometo – susurró.

E incluso luego del asesinato de Alby, mantuvo la promesa hasta la última gota de su cordura. Aunque le pesara el alma, aunque le doliera el pecho, aunque sintiera que estaba perdiendo su cabeza.

Y cuando el momento de partir llegó, fue Thomas el que terminó con su sufrimiento.

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