Capítulo único

692 53 107
                                    

- ¡Ay! ¡Que desesperación la mía cuando pienso en ti y en nuestro mal amores al que aferrados estamos sin compasión ni misericordia!- lagrimeó en soledad sin ser consciente de que su fiel amante ante ella estaba, escondido entre las ventanas.- ¡Ay! ¡Que pena la mía! ¡Cuánto quisiera amarte y respetarte todos los días de mi corta y desconsiderada vida! ¡Ay! ¡Cuánto quisiera gritarle mi mal de amores a mi padre!- llevó teatralmente una mano al centro del pecho y otra a la cabeza con algo de tristeza extrema. Se precipitó contra la cama entre sollozos lastimosos para su salud, saladas gotas de lluvia que caía cual cascada por sus delicados ojos azules violáceos.

- princesa...- rogó apareciendo el grácil caballero de armadura aquamarina, arrodillándose ante ella sin pena, aferrando sus manos con fuerza, prometiendo que no iba a soltarlas jamás.- ruego que no llore, sus delicados y bellos ojos no merecen ese martirio...

- ¡Ay! ¡Mi querido paladín! ¡Que bien que usted está aquí!- a pesar de sus lamentos, la alegría se pudo medir en el rostro de su majestad.- ayúdeme a calmar mi pena extrema- aferró las manos de su paladín, suplicando a través de sus ojos azulados con un toque de morado que la salvase de ese dolor interno que le provocaban sus ojos al llorar sin pausa.

- sin temor la ayudaré, mi amada princesa...

Una sonrisa zorruna se coló en los labios de nuestra princesa por uno instantes incaptables, después su mueca de volvió dolorosa de nuevo.

- no se separé de mí, mi noble paladín, mis penas sin usted a mi lado son más fuertes de lo que aparentan... Ruego que esté conmigo...- deslizando sus pies con gracia y elegancia se levantó de su solitaria cama matrimonial sin soltar las manos de su noble caballero.

La altura de su princesa era superior a la suya por bastante distancia y en si, se decía de ella que su altura era una gracia de Dios, que nadie más podía haberla erguido con tal gracia, precisión y elegancia como la que ella gozaba de tener.

- mi bella princesa, no me separaré de su lado jamás...- prometió sin miedo a ser escuchado, pues en aquella recámara solo ellos dos tenía permiso de acceder sin avisar primero. Disfrutando de una bella velada los dos solos sin que nadie más se enterara de ese sacrilegio en el que se fundían en un placer infinito a través de roces y sutileza, y aún así sin llegar a celebrar las tan conocidas bodas sordas (1) pero prometan sin miedo ni vergüenza hacerlo más adelante.- es más, que me corten las manos y me arranquen los labios si rompo mi promesa hacia usted...

Ella mostró una sonrisa de auto-suficiencia con esa respuesta y filó sus ojos en un brillo de perfección y picardía por unos instantes, riendo y alimentando al demonio que en su interior se encontraba, sintiendo como poco a poco se cargaba la artillería de su castillo.

- ¡Oh! ¡Mi querido amante! ¡No digas tales barbaridades hacia mi persona!- se llevó una mano a la cara, tapándola, separándose por la vergüenza de tal monstruosidad dicha por el joven paladín, tentarlo a rogarle un poco más, debía admitir que eso le encantaba de él y era un gusto que solo ella se daba.- jamás sería capaz de ver cómo le roban sus labios por mi...- se dio la vuelta mientras el vuelo de su capucha se desajustaba "sola" cayendo para dejar ver su rubia cabellera, haciendo que ella se lamentase con pena y un aparente miedo, además de vergüenza, como si hubiese mostrado sus pechos en vez de su pelo.- ¡Ay! ¡Que pena la mía! ¡No tengo perdón de Dios!- deslizó el manto de su capucha escondiendo su sedoso cabello rubio una vez más, tratando de ser rápida y evitar un desastre mayor.

El paladín estaba estático, ver la hermosa cabellera de su princesa fue un sacrilegio visual (2) por el cual estaba dispuesto a pagar un precio muy alto. La princesa sonrió al sentir aquella paralización y estaba satisfecha y lista para poder someterlo un poco más a su "pena extrema". El rubio caballero sudaba frío por el miedo de haber visto el suave y sedoso cabello de su amante. Sus labios temblaron. Eso alimentó el apetito interno de la princesa, que, con picardía se acercó al caballero rogando que la perdonase por ese mal acto que había cometido.

92.- Ocultos (Bunny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora