Lay all your love on me || Yoonmin

Clair de Lune

Los árboles estaban meneando sus ramas, dando a entender sutilmente que la primavera estaba comenzando y que su primer año en la pasantía culminaba. Acomodó la bebida que tenía en su mano para coger una galleta de avena.

Había querido llegar a ese momento desde que solicitó su cupo en la Universidad de Bellas Artes y había llorado por el cuándo llego su carta de aceptación.

Hace dos años hubiese pensado que nada arruinaría su pasantía ni su futuro.

Aún recordaba la mirada de sus profesores cuando dijo lo que quería ser en su futuro y podía reírse una y otra vez de la discusión que tuvo con su entrenador de básquetbol una vez les dijo que no iría por una carrera en el deporte.

Había tenido una pasión por el juego desde la escuela media pero, al sostener en sus manos un pincel y poner en un papel sus ideas y pensamientos lo ponía al borde de la locura, en un estado en paz consigo mismo y muchas veces pensó que aquello solo idea suya.

Que solo era él queriéndose engañar de ser alguien especial, así como pensó del básquetbol hasta que llegaron compañeros de grados inferiores y le demostraron que lo suyo, tal vez no era eso. A pesar de las tantas conversaciones que tenía con su entrenador él sabía que el básquetbol solo era una actividad extracurricular del que se alegraba formar parte.

Encerrado en su cuarto los viernes por la tarde donde pasaba pintando paisajes de los diferentes lugares que visitaban durante sus partidos con otros equipos pensó que tal vez podía vivir de ello.

Que el arte tal vez era lo suyo.

Sin embargo, todos esos sueños se quedaban en esas cuatro paredes.

Y se hubiesen quedado ahí de no ser por su mejor amigo Namjoon, quien lo interrumpió un sábado por la tarde para pedir prestado un álbum de Arcade Fire. Había sido descubierto con las manos en la masa porque aquello nadie lo sabía aparte de sus padres.

Las palabras que recibió de él fueran las mas sinceras y llegaron a su corazón mas rápido que lo hubiese hecho un consejero. Ni siquiera su profesora de arte lo había hecho estar tan claro de su futuro.

Aquella memoria estaría intacta por el resto de sus días, lo sabía muy bien.

Inhaló con delicadeza y lentitud el olor de los árboles de cerezo para luego abrir el libro que estaba leyendo esos días, la habitación diecinueve. Todavía tendría que esperar el metro para ir a donde quedaba la academia.

Su objetivo en ese momento era ser profesor. No quería simplemente seguir el sueño egoísta de dedicarse exclusivamente a la pintura cuando sabía que la paga no era la suficiente para vivir en un lujoso apartamento en el alma de Japón.

Había obtenido a lo largo de sus tres años trabajos en un pequeño supermercado, ya que no le gustaba que sus padres estuvieran pagando todo para él y muchas veces agradeció su aspecto que no era para nada el de un chico artístico.

Varias veces sus compañeros se reían cuando una muchacha se le acercaba a preguntarle si estudiaba leyes o medicina y en cuanto salía la palabra artes salían corriendo.

Entendía el porqué. Las personas se acercaban por los estereotipos. A él nunca se le acercaban muchachas que estuviesen interesadas en lo artístico sino en algo mas...serio. Y aquello siempre le dolía, porque el arte era algo serio para él. Sin embargo, una pareja no haría que se avergonzara de su profesión.

A su alrededor no había mucha gente, quizás diez. Estaban las dos señoras de las siete que atendía en la taquilla de los boletos, las mismas cuatro personas que se reunían para hablar de la edición de un libro aunque podían hacerlo en el lugar donde trabajaban. La madre con un maletín en una mano y en la otra agarrando la de su hijo que no pasaba de los diez años. Como siempre, no estaba bien concurrido y sonrío por ello.