Prólogo

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Nota: Aunque no sea obligatorio seguirme para poder leer la novela completa, agradezco que le deis al botón de seguir, es una forma gratuita de demostrarme que estáis ahí. 

**Debido a mis fuertes creencias personales, deseo enfatizar que los hechos de esta novela son ficticios y que las metáforas empleadas en relación al diablo no son nada más que eso: metáforas**


Primavera de 1848. Chatsworth House, Inglaterra.

  Ese olor característico que emanaba del agua de Chatsworth House era uno de sus favoritos. Estaba del todo convencida  que la piedra que la sostenía hasta llegar a sus manos ayudaba a ese efecto. Esa piedra moldeada y desgastada por los años, esa piedra que parecía recobrar vida con los leves destellos solares que la abrigaban de vez en cuando. 

En busca de la plenitud de esa fragancia, corrió a través de la llanura hasta llegar a la fuente principal del patio trasero. Allí se arrodilló, para introducir su considerada mano en el interior de la masa transparente  que la gente común apodaba agua, pero que a ella le gustaba llamar vida. 

Se deleitó en la extraña forma que tenía su mano de deformarse bajo la vida. Enfocó, su mirada turquesa sobre ese reflejo que le ofrecía su propia carne inundada. Era refrescante y purificante que algunas pequeñas gotas de talante burlesco saltaran del caballo rocoso hasta su frente y sus mejillas, manchándola  con  pequeñas tacas transparentes. 

Inspiró, llenando sus pulmones de la mezcla de aromas que el lugar le brindaba mientras dejaba caer su cuerpo sobre la mullida y tersa hierba. Reconocía muy bien cada nota olfativa, no en vano había crecido entre esos árboles y ramificaciones, dándole a su mente y a su cuerpo un aspecto moldeado por la misma naturaleza. 

 Al cerrar los ojos todavía podía ver a la entrañable Señorita Worth intentando guiar a la pequeña embarcación de madera para que ella y sus cuatro hermanas pudieran disfrutar de un agradable paseo entre clase y clase. Extrañaba a la Señorita Worth, la cual había partido hacía pocas semanas en busca de una nueva familia en la que fueran necesarios sus servicios. Ella, ya era demasiado mayor para seguir siendo instruida o, eso le habían dicho. ¿Cuándo podría volver a ver esa conocida cofia oscura que ocultaba una preciosa cabellera rojiza? 

No obstante, la melancolía que embriagaba su corazón al rememorar a la Señorita Worth no era comparable con la profunda tristeza que sentía al saber que jamás volvería a escuchar los pasos triplicados de la Baronesa Viuda. Dos pasos y un golpe de bastón, dos pasos y un golpe de bastón, dos pasos y un golpe de bastón... y un remarcado olor a anís que rozaba lo agradable. 

Detalles. Detalles, que le permitían reconocer cuantos habitaban a su alrededor y cuantos le habían dejado.  Sin esas pequeñas observaciones, sería completamente imposible para ella poder relacionar una persona con su nombre.

Rodó los ojos haciendo chocar sus pestañas contra la piel que se resguardaba entre la ceja y el orbe hasta llegar a ver el reloj de la torre. Ese reloj que papá, le había explicado en numerosas ocasiones, servía para controlar el tiempo. ¿Controlar el tiempo? Siempre le había parecido una expresión algo arrogante y no porqué su padre lo fuera, por supuesto que no, sino porqué los seres humanos lo eran, en general. ¿Cómo podía el ser humano tener control sobre algo que no era tangible? A veces se compadecía de ellos.

Tanto le costó entender el concepto tiempo como saber leer la hora, la pobre Señorita Worth pasó días y meses para conseguir que entendiera ese artefacto nombrado reloj. En cambio, debía reconocer, que no lo había hecho tan mal en clase de historia puesto que la memoria era algo que, por desgracia, no le fallaba. Hubiera deseado borrar muchas cosas de su mente, momentos confusos y punzantes que no querían dejarla ir. 

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