Capítulo 3- Ligeros destellos

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El trayecto estaba resultando de lo más satisfactorio para Liza y tal parecía que, el hecho de que fuera la primera vez que viajaba sola, no le importara ni le importunara lo más mínimo. La conversación distendida de la señorita Murray y las hermosas vistas que podía ver a través de la ventana, eran suficiente para ella y para que el tiempo pasara más rápido de lo habitual. 

 Con varias paradas para comprobar que Rodrick gato, Mimo, Nosho y Edwin conejo se encontraban bien y con un único estacionamiento para las necesidades básicas de las damas, llegaron a Londres al anochecer. Sin ningún percance más que los a veces fríos y a veces sucios ajetreos del vehículo. 

Fue Rodrick, el cual había viajado al lado del cochero, el que avisó a Liza y a su doncella de que habían llegado a la casa de los Hamptons. Liza, respondió al aviso queriendo descender del carruaje por sí misma; sin embargo, no tuvo en cuenta que su vulnerable cuerpo no estaba acostumbrado a estar sentado por tanto tiempo, hecho que hizo que su tobillo se torciera levemente en el primer escalón. Se hubiera caído dramáticamente contra el suelo pavimentado si no hubiera sido por la rápida y hábil interjección de Rodrick. 

El mercenario convertido en un lacayo armado, retuvo el cuerpo de su señorita con un solo brazo. Haciendo parecer, con ese acto, a Liza más pequeña en estatura de lo acostumbrado.Ella, por su parte, sintió como su cuerpo desaparecía entre el de Rodrick, quedando enterrada entre su fuerte musculatura y su aroma penetrante. 

— Gracias —  musitó ella cuando fue depositada sobre el suelo, buscando en Rodrick una mirada que no encontró, sintiéndose estúpidamente decepcionada sin ni si quiera saber por qué.

— ¡Señorita! ¿Se encuentra bien? — demandó la señorita Murray al bajar a toda prisa del vehículo.

— Sí. —  fue toda su respuesta, con la mirada puesta sobre el edificio.

— Es de estilo reina Ana — informó la señorita Murray.

— ¿Qué significa? —  inició sus pasos hacia el interior de la propiedad.

— Significa que la construcción es de un estilo definido: con ladrillos rojos, chimeneas puntiagudas y, seguramente, en su interior los muebles y las sillas poseen patas cabriolé.

— No sabía que supieras tanto sobre arquitectura —  sinceró Liza.

— Es una afición que practico desde pequeña señorita, nada importante — se sintió extrañamente escuchada.

Una vez en el interior, un mayordomo y una ama de llaves carentes de interés para Liza se presentaron dichosos por ver a su nueva señora; quien les pareció altiva y descortés al no dirigirles la palabra ni la mirada; juzgándola, sin saber que en realidad Liza era completamente apática hacia aquellos que su mente no reconocía y que, incluso, ellos causaban cierto temor a la joven. 

   —La niña Cavendish no tiene nada que ver con su padre ni con su hermana  — exclamó la ama de llaves una vez a solas junto al mayordomo, una mujer de tez oscura y vulgar   — sus predecesores siempre nos trataron con cortesía. Una fría cortesía en ocasiones, pero al fin, unos modales que merecemos como custodios de esta casa.  

   — Quizás esté cansada — adujo su oyente, quien no deseaba escuchar a la señora Bingley, a quienl consideraba entrometida y de aburrida verborrea.  

 — Eso no es un argumento señor Gardiner. ¿La ha visto? Su cara es demasiado delgada.

— A mí me ha parecido bonita.

— Debo reconocer que su tez es brillante y sus rasgos atractivos, pero a pesar de su edad, parece una niña.

— A mí no me lo ha parecido.

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