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Érase una vez, en un reino muy lejano, una pareja muy feliz que solo deseaban una cosa en este mundo.

Mark y Johannah Tomlinson eran la pareja más jovial que habían visto jamás en el reino. El hombre era capitán del ejercito real y la mujer era la única hija de una de las familias más antiguas y ricas de la nación, razón por la cuál no era sorpresa que tuvieran todo lo que querían. Todo excepto un hijo.

Jay era el más claro ejemplo de como se podía tener más poder siendo amable y teniendo una bella sonrisa que imponiéndose ante los demás, era por eso que todas las personas en el pueblo la querían y compartieron su felicidad al enterarse de la noticia de su embarazo.

Pero nadie se emocionó más que su esposo, quien por primera vez en su vida creía que había algo más importante que aumentar el poder militar del reino y empezó a dedicar la mayor parte de su tiempo a preparar todo para la llegada de su primer descendiente. Todo era alegría hasta que llegó el día en que la mujer dio a luz.

Mientras todos se resguardaban en sus casas, durante la víspera de navidad, Jay entró en labor de parto. Mark corrió por todos lados asegurándose de que todo estuviera listo; fue a traer a la mujer qué más bebés había traído al mundo en el pueblo y de paso compró solo un juguete más poner en el cuarto del bebé.

Pero el parto resultó ser más que complicado, o al menos eso pensó el hombre cuando la partera preguntó -si tuviera que elegir entre la vida de su esposa y el bebé que viene en camino... ¿cuál debería salvar?

Mark sintió como todo su mundo se desmoronaba, no podría vivir sin su esposa y seguro podrían tener hijos más adelante...

-Salvé a mi hijo a toda costa, -habló Jay antes de que su marido pudiera hacerlo, su voz salio segura aunque entrecortada por todo el esfuerzo y dolor por el que estaba pasando.

El hombre abrió la boca para negar aquello, pero la partera fue más rápida y contestó, -como usted desee ma'am.

Mark observó con terror como transcurría el resto de la concepción sin lograr que la preocupación dejara su cuerpo en ningún momento, con mil ideas que daban vueltas en su mente mientras se preguntaba qué haría si tuviera que hacerse cargo él solo de un bebé. Tendría una nodriza, eso estaba seguro.

Por fin sonrió lleno de felicidad cuando escucho un pequeño llanto y la voz de la enfermera que anunciaba que el recién nacido era en efecto un varón como ya habían predicho con sus métodos tradicionales, volteó a mirar a su esposa con una gran sonrisa. Si el bebé ya había nacido significaba que ella ya estaba fuera de todo peligro. ¿Cierto?

-Querido... -habló la mujer con voz queda, lucía demasiado demacrada, pero su sonrisa seguía siendo lo mas brillante en la habitación-. Por favor cuida muy bien de nuestro hijo.

El hombre comenzó a derramar un par de lagrimas sin poder evitarlo, no le importaba parecer débil cuando el amor de su vida estaba diciendo esas cosas. -Lo haré, y tú me vas a ayudar porque vamos a estar juntos en cada paso que dé, y...

Fue interrumpido por la partera, quien le entregó a Jay su pequeño hijo ya limpio y envuelto en una sábana. Ella lo sostuvo con mucho cariño y con una lagrima lo nombró -mi pequeño Louis...-. Miró al hombre, buscando aprobación del nombre que acababa de darle a lo cuál el hombre sonrió a modo de confirmación -te dejo en buenas manos.

Mark observó como la mujer arrullaba débilmente al bebé mientras le cantaba una canción de cuna, intentaba atrapar cada palabra con la intención de tratar de reproducirla más adelante, pero dejó de intentarlo al no entender la lengua que su esposa estaba usando.

-Éiníní, éiníní, codalaígí, codalaígí
Éiníní, éiníní, codalaígí, codalaígí

Codalaígí, codalaígí
Cois an chlaí amuigh, cois an chlaí amuigh
Codalaígí, codalaígí
Cois an chlaí amuigh, cois an chlaí amuigh

El más grande cuento [L.S.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora