El final triste de una historia feliz

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La tarde estaba radiante, era el día más bonito que había visto en mi vida. Los pájaros cantaban al unísono y el viento soplaba entre las hojas de los árboles haciéndoles un coro. El sol se estaba metiendo y el cielo se aferraba a sus últimos rayos, creando un color azul rosado, de esos que solo se ven en las películas, o cuando se está enamorado.

El clima era perfecto, el calor apenas acariciaba mi piel. Era imposible irse de aquel lugar, donde todo era felicidad y tranquilidad. Sin embargo sabía que tenía que salir, con el corazón lleno y la esperanza de que a partir de ahora todo cambiaría, todo estaría bien, por fin.

—¡Espera! —el sonido de su voz combinaba con el paisaje, era dulce, tierno, pero fuerte y seguro. Dejé de caminar casi en la entrada del parque. Mi corazón palpitó tres veces, tres, las conté. Como en los viejos tiempos. Sentía que el pecho me iba a reventar. Me había seguido, no quería que me fuera. No podía contener más la emoción.

—Sí? —intenté sonar tranquila, como si nada estuviera pasando, mientras me daba la vuelta para encontrar su cara nuevamente.

—¿Estás libre este sábado? —al diablo con contener las emociones, me estaba invitando a salir, era real. Caminé los tres o cuatro pasos que nos separaban hasta casi sentir su pecho contra el mío, él no se apartó.

—Creo que sí. —Ambos sabíamos que estaba libre, sentarse a ver películas y leer libros no se contaba como tener planes.

—Genial, te quiero invitar a una boda. —¿Una boda? Un evento formal y quería que yo fuera su pareja. Necesitaba un pellizco para saber que no estaba soñando.

—Ah pues claro, me encantaría. ¿Quién se casa? —seguía tratando de serenar mi voz.

—Yo.

El pellizco llegó demasiado pronto. Los pájaros dejaron de cantar, las hojas de los árboles empezaron a caer con descontrol, a pesar de horrendo color gris del cielo, el sol alcanzó a asomar sus rayos entre las nubes, haciendo que el calor agobiante me quemara la piel.

Mi corazón se detuvo, hasta caer y no encontrar un lugar al que aferrarse en aquel pecho vacío.

No podía soportar estar más ahí, quería salir corriendo, huir y encerrarme en una caja de cristal, pero no podía, mis pies eran piedras ancladas a la superficie. Quería gritar que me sacaran de ahí, de aquella oscuridad que se había arremolinado contra mí en tan solo dos segundos, pero no tenía voz. Quería llorar y sacar todo el dolor, pero no tenía lágrimas, ya no.

El refugio de una mente obstinadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora