| El Sabor del Agua |

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Ya habían pasado alrededor de dieciséis horas desde que había entrado al edificio, mis codos estaban magullados y mis piernas entumecidas por la incómoda posición, ni siquiera había podido ir al baño estuve entre mi orina, aun así, tenía que esperar, la mira se localizaba a las puertas de la Catedral, a sus lujosos jardines y a las calles, este edificio me daba una perfecta visión a todo el campo, cada esquina, cada calle, cada edificio que conectaba con ese santo edificio, el ángulo de visión perfecto.

Seguí esperando, el calor era insoportable y ya me había bebido los pocos cm de agua que me habían quedado desde hace dos días; suspiré.

"El sujeto saldrá de la Catedral en quince minutos y treinta segundos."

"De acuerdo, a ver a qué hora sale este infeliz."

"Es tu momento de brillar, Max."

Las calles se inundaron de gente, tal y como gusanos saliendo de la tierra, cada uno con su propia religión, islamitas, musulmanes, católicos, sunníes. Todos dispuestos a adorar a mismo hombre, a un mismo asesino. ¿Algo muy extraño e imposible, verdad?

"No es honorable quitarle la vida a un hombre, ¿Acaso piensas que me sentiría orgullosa de eso?"

"El bastardo prostituye a todas las esposas de esos creyentes, malgasta el dinero de la limosna, ni siquiera administra esa riqueza, y créeme, es todo menos un buen cristiano, amiga, ¿No crees que les harías un favor? Ese tipo es el demonio mismo, y lo sabes bien."

Dos minutos y veinte segundos, la mira estaba enfocada en las puertas de la Catedral y los policías y agentes estaba parados frente a ella, orgullosos de formar parte de esa "celebración".

"Aun así, es quitar una vida, tiene familia, y a esos niños les quitaré un padre."

"Él se lo buscó Max, no te condenes al infierno. Además, tú más que nadie sabe lo que ese enfermo les hace a sus hijas."

"Como sea, te dejo, podrían estar escuchándonos ahora"

Recalibré la mira, acomodándome y respirando con lentitud. Relamí mis secos y agrietados labios, lo que daría por un vaso de agua en estos momentos.

"De acuerdo, te veo luego."

"Adiós."

La cantidad de gente era impresionante, no podías distinguir el suelo, o el cuerpo, puras cabezas por todos lados. Había gente que verdaderamente admiraba a este mercenario, sus favores habían sido bien recibidos y siempre trabajó 'limpiamente', sin huellas, sin rastros, la otra mayoría le obedecía por simples favores de las guerras, ya saben, venta ilegal de armas, o algunos préstamos o simplemente por seguridad, la gente es tan hipócrita hoy en día. Me daba cierta pena Ra'hulá, no porque iba a destrozarle la jodida cabeza de un tiro, sino por su familia, su esposa no sabe de sus ilegales asuntos y su enfermiza necesidad de tocar a sus hijas, sus hijos creen en su padre salvador, "cura" bendecido por Dios, un dios que ni siquiera existe. Pero bueno, así como dijo mi compañero, él se lo buscó.

Mi pulso era lento, quizás por el calor y baja presión, quizás porque simplemente estaba relajada, me da igual, mejora mi precisión. De pronto todos empezaron a aplaudir y coloqué inmediatamente el seguro de mi franco, junto con el silenciador, tenía que ser rápida, acertar, limpiar las evidencias e irme del maldito lugar. Me había estudiado cada calle, cada pasaje y pasajes subterráneos, las rutas que los agentes tomarían y las posibles decisiones de las fuerzas armadas.

Entonces, las puertas se abrieron...

La gente empezó a aclamar, los agentes a disparar al cielo como si fuese una celebración, o la venida de un héroe, totalmente estúpido, e hipócrita. Suspiré, extrañamente nadie salió, seguí esperando, recalibrando la mira, moviéndome sobre mí mismo lugar... nada.

Algo ocurría.

"¿Qué demonios pasa?"

"Acaban de informar que alguien lo apuñaló Max, saldrá afuera, hay encubiertos."

"¿Encubiertos? Permiso para disparar."

"Concedido."

La gente, tan ignorante y despistada como siempre, seguía aplaudiendo, sin darse cuenta de nada, sin darse cuenta que su Pastor estaba dentro de la Catedral desangrándose. Salió, apreté el gatillo, pero un agente se cruzó y recibió el tiro, recargué, disparé. Cayó junto a un charco de sangre manchándole su túnica blanca.

Recogí mis cosas, moví las piernas y bajé por las escaleras hasta llegar a la décima ventana de la parte de atrás del edificio, rompí el vidrio y salté al tejado del motel barato, perdiéndome al correr sobre los techos de las casas.

Ya cuando estuve lo suficientemente lejos de la zona, me detuve en un río, bebí agua y esperé entre los arboles hasta que anocheciera. Finalmente lo había hecho, finalmente lo había matado luego de quince años de persecución.

Por fin lo maté.

"¿Max...?"

Volví a dar otro trago.

"¿Él era tu padre?"

"Si."

Me quité el chaleco y el pañuelo de mi cabeza, sentí que podía ser tan ligera, o lo suficiente, para elevar vuelo.

"¿Por eso insistías en matarlo? ¿Eras una de esas hijas?"

"Lo era... creyó que había muerto."

Volví a lavarme la cara, por unos segundos volví a sentir el sabor de su piel en mis dientes.

"¿Por qué no me lo habías dicho?"

"¿Cambiaría en algo la misión?"

"Hubiese tenido más sentido."

"Lo hubiese hecho, aunque no me hubiese intentado matarme... yo lo había descubierto."


Jamás olvidaré el sabor del agua que bebí en ese río.



| Fin. |

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