Viernes negro- Capítulo 1

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A finales de los años 36, el territorio de Oviedo estaba arrasado, y la masacre no había acabado. Las calles, inundadas de ira y restos de cuerpos, que habían sido perdidos con miedo, desgarro y sufrimiento, estaban completamente atrapadas en la soledad, abandonadas. Aunque sucedió hace tres años, todavía estaba en mi interior la  imagen de mi madre, Andrea , con el cuerpo destrozado y una sonrisa que traía consigo la mayor tristeza y desesperación imaginable. Oviedo comenzó a recuperarse de los daños sufridos, aunque la guerra no había cesado. En un abrir y cerrar de ojos se podían volver a destruir sus calles y edificios, llevando esta masacre consigo pobres almas inocentes. Este era mi oscuro hogar. Lamentablemente lo era. Tan solo eran las seis de la tarde, estaba sentado en un banco de un parque contiguo a la vivienda de amigos míos. No estoy seguro de si de verdad merecen este reconocimiento, porque yo me acerqué a ellos solo por seguridad. Les esperaba. Pasaron siete minutos, para mí siete años a  su espera. Por fin llegaron.

-Hola , Javi . Ya estamos aquí.-dijo David, uno de ellos.
-Hola a todos.
- Antes de hacer lo pensado, podemos jugar al fútbol en el parque.- Dijo otro, Juan.
-No me apetece. Estoy cansado.- repliqué.
Ellos dos jugaron a ese deporte que yo hacía de tan mala manera por espacio de una hora. Se dirigieron hacia mí. En su mirada vi que querían que jugara con ellos .
- Lo siento, la verdad es que no me gusta el fútbol.-adiviné.
-Bueno, podemos hablar contigo si te apetece.- dijo David-. Hasta las diez y media hay tiempo suficiente para cenar y mantener conversación.
Asentí.

Fueron las horas más aburridas que había vivido. Solo intentaba entender al menos la mitad de lo que querían decir ,y mi aporte era mínimo. Me ocupaba la mente la lección de química del profesor Manuel que tuvo lugar hoy . Hablaba de reacciones químicas. Yo era un aficionado a la química, pero nadie lo sabía.
-¿Empezamos el plan?- preguntó Juan.
-Vale. Vayamos.- dijo David.

Al cabo de unos diez minutos, nos hallábamos en el cementerio de la cuidad. Era viernes. Solo nos ceñimos a esperar. Por fin apareció el hombre que tanto buscábamos. Eran las once en punto. La noche era oscura, los nubarrones estaron presentes el día entero. La única luz era la de la luna, llena. Las bajas temperaturas me helaban las manos. Aquel hombre acudía cada viernes al cementerio, a la misma hora. Mis amigos, o compañeros , tenían curiosidad de saber lo que ocurría con respecto a ese señor. Estaba ataviado con ropa oscura que le cubría de cuerpo entero. Hasta portaba una especie de máscara que le tapaba la cara. El misterioso hombre se acercó a una lápida , en la esquina norte del cementerio. Un mirlo blanco huyó de aquel lugar. Mis amigos y yo observábamos al señor con miedo de hacer algún ruido que le diera sospecha de espionaje . Posó una rosa blanca en ella y se arrodilló. Pasaron 5 minutos. El hombre seguía arrodillado. En un instante, se levantó, y se marchó lentamente de aquel lugar, sin apartar la mirada de la tumba a la que dedica tiempo todos los viernes. Era finalmente nuestro turno. Pensábamos si seguirle o examinar los datos de la tumba . Tenía el presentimiento de que estábamos a punto de presenciar algo maléfico . Optamos por seguirle. Mala idea. Seguimos sus pasos sigilosamente. Estos nos llevaron al barrio más cercano. El señor se detuvo durante unos instantes al frente de un invernadero abandonado escondido tras dos callejones, sin duda los más oscuros del barrio. Pretendía entrar.

- No sé si debemos acudir.-advertí.

Parecía un lugar infernal y terrorífico.

El señor ,antes de entrar, se quitó la máscara y miró nuevamente a sus alrededores. Tenía unos 40 años, probablemente más . Sus ojos reflejaban una mirada misteriosa , parecía estar solo y desesperado. Entró. Hacía frío , y la idea de adentrarnos en una vida ajena no me convencía. Mis compañeros se asomaron a la puerta. Podían oír ruidos metálicos, que desprendían un eco casi ensordecedor . Dedujeron que la sala que ocupaba aquel hombre era de gran tamaño. Era como un taller, la cuestión era qué se hacía en él.

-Vayámonos de aquí.- comencé. Este lugar no parece seguro . Me da miedo.
- ¿Cómo que miedo?- preguntó David , con tono despreciable.
-Miedo. Me has oído.Yo me voy. Adiós.

Al marcharme, mi oído percibió carcajadas que venían de la puerta del invernadero. Se reían de mí. Poco me importaba. Cuando recordé lo vivido camino a casa , se me heló la sangre. Estaba aterrorizado. Esto era solo el principio.

JavierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora