Las Brujas De La Vida Real

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—¡Hey! ¡Diana Prince! —exclamó una voz detrás de la joven cuando se dirigía hacia el aula de ciencias.

Diana puso los ojos en blanco mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. Aún sabiendo quién se acercaba continuó su camino. Armin no tardó en alcanzarla y le dio un ligero tirón de la cola de cabello para llamar su atención.

—¿Qué quieres? —preguntó entre risas la chica, sin poder ignorarlo más—. Te he dicho que no me digas así.

—Te comparo con la mujer más poderosa del universo DC y parte de la trinidad y ¿así me agradeces? —le cuestionó Armin con una enorme sonrisa volviendo a tirar de su pelo, con aire juguetón.

—Aparte del nombre no encuentro que más parecido tengo con Wonder Woman.

—Sin traje no resulta interesante —bromeó Castiel que pasaba a su lado, haciendo un guiño.

—Por alguna razón prefiere el algodón con el estampado de Kermith, la Rana —siguió Armin con una enorme sonrisa, dándole un ligero tirón en las costuras de la camiseta.

—Ja, ja, ja —imitó sus risas con sarcasmo, sacando la lengua al aire—. ¿No tienen a nadie más que molestar hoy?

—Yo no —anunció Armin riendo y alborotando la negra cabellera de la chica, ganándose un manotazo.

—Yo no puedo ocultar la verdad, si llevaras traje no tendrías con qué llenarlo —respondió Castiel, irreverente mientras encaraba una ceja.

Diana no esperó más provocaciones y se acercó al pelirrojo, dándole un pellizco en el abdomen. Él en seguida trató de devolvérselo y comenzaron a juguetear.

Cuando en una sacudida que se dio la chica, tratando de evadir uno de los pellizcos del joven de intensas orbes plateadas, se estrelló contra alguien que venía subiendo la escalera.

—¡Quítate! —ordenó la persona detrás de ella.

Diana sintió que la sangre le bajaba de golpe mientras un escalofrío le recorría la espina dorsal. En seguida se apartó de la rubia dorada, desviando la mirada hacia el piso. La presumida le dedicó una barrida con asco total y en seguida la fulminó al ver con quién se encontraba.

—Oye, Diana, hoy irá tu mamá a hacer el aseo de la casa ¿verdad? —preguntó Amber con aire de superioridad, amaba recordarles a todos que su mamá era una sirvienta—. Dile que limpie bien el baño, la última vez los azulejos quedaron con restos de moho. ¿Nunca aprendió a tallar o es qué no lo hace en su casa?

Diana se ruborizó de enojo. Nadie se metía con su mamá, pero antes de que pudiera decir algo fue Castiel el que se adelantó.

—Vámonos, Diana, no continuaré escuchando estupideces de una retrasada o terminaré haciendo algo de lo que me arrepentiré —dijo atrayendo de la mano a la pelinegra para alejarla de Amber y su séquito de brujas.

Antes de perderla por completo, las jóvenes volvieron a hacer que sus ojos se encontraran y las orbes esmeralda de la rubia se iluminaron de enojo. Estaba en un gran problema.

Los dos entraron al aula de ciencias, secundando a los gemelos. Diana en seguida fue hacia Priya, su mejor amiga y compañera de laboratorio.

—Creí que no llegarías —admitió apenas se sentó a su lado.

—Mejor tarde que nunca, ¿no?
—preguntó feliz de poder distraer su mente del desagradable enfrentamiento con Amber—. Ese es mi dicho.

—Déjame adivinar, te quedaste dormida —dedujo la chica de piel canela mirando su atuendo con una media sonrisa.

—No, mi pijama es tan cómoda y linda que no quise quitarmela para poder enseñarla a todos los chicos del instituto —dijo la pelinegra con sarcasmo.

Las dos rieron.

—Yo podría conseguirte una mejor —intervino Rosalya apareciendo entre los hombros de las chicas. La albina estaba sentada justo en la mesa de atrás—. Más sexy, harías que todos los chicos se babearan y fantasearan contigo por las noches.

—¡Rosa! —exclamó Diana con las mejillas encendidas.

Priya rio de buena gana y le dio un apretón a sus sonrojados cachetes.

—¿No es tierna? Tan puritana.

Diana se llevó ambas manos a su acalorado rostro. Y eso le sacó una sonora carcajada a sus amigas.

—¿Quieren callarse? No soy puritana, soy penosa. Esos no son temas para andar hablando aquí, donde todos puedan escucharnos.

—¡Silencio! —exclamó Delanay molesta entrando en el aula. Todos se acomodaron de inmediato en sus lugares.


* * *

—¿Quieres ir por un café después de clase? —preguntó Priya mientras las dos se servían algo de comer en la cafetería. Antes de que Diana diera su conocida razón por la que no salía, la chica se adelantó—: Yo te invito.

—Ah, no es eso. No es por dinero —mintió—. Es que, hoy no puedo porque tengo turno en la biblioteca. Es la lectura para niños. Quizás otro día, lo siento.

Antes de que Priya siguiera insistiendo Diana se retiró de la fila del almuerzo. Siempre le incomodaba rechazar esas ofertas por la falta de recursos y no se sentía a gusto con que le invitaran las cosas. Le daba la sensación de que sus amigos le tenían lástima.

Cuando salía del tumulto formado frente a la barra una mano se apoyó en su espalda y le dio un fuerte empujón que la tiró al suelo, aterrizando sobre el spaghetti a la boloñesa que traía en la bandeja. Todos en la cafetería se echaron a reír al verla escurrir de salsa cuando levantó la cara.

—Agh, qué asco —dijo la desdeñosa voz de la persona culpable desde atrás, dejando caer una toalla de papel—. Limpíalo, ¿quieres?

Amber, por supuesto. Diana se quitó la carne molida del rostro para recuperar la vista.

—Oye, ¿qué te pasa? —exclamó Priya saliendo en su defensa, encarando directamente a la rubia que sonreía victoriosa.

—Dile a tu amiga que se controle, no quiero despedir a tu mamá de ese trabajo que tanto le hace falta —amenazó Amber inclinándose sobre ella, permitiendo que Diana distinguiera su perfume Channel.

La pelinegra bajó la mirada, sintiéndose humillada mientras las lágrimas se mezclaba con los restos de tomate en sus mejillas. Siempre era esa la razón por la que nunca le podía hacer frente a Amber por más que lo deseara.

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