Villanas, Por Favor, Elijan Su Destino

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La Reina Malvada miraba a su sirvienta con los ojos bien abiertos. Su rostro entero comenzaba a contorsionarse de ira, volviendo sus hermosas facciones en unas demoníacas que helaron la sangre de los presentes.

En la sala misma reinaba el silencio y nadie parecía dispuesto a abrir la boca con su majestad. Era de ley que durante la presencia de la reina no se mencionaba la belleza de su hijastra.

Con un brazo fundado en la seda más pura del reino, la monarca señaló a quien había cometido la infracción.

—¡Guardias, sujétenla! —ordenó con un grito.

Sus subordinados acataron de inmediato la orden, y pusieron a la pobre sirvienta de rodillas delante de su reina

—Por favor, por favor, no lo haga, reina mía. Esto no volverá a suceder —gimoteaba presa del pánico.

La reina con un elegante movimiento se puso de pie y, tomando el cuchillo que descansaba al lado de su filete servido, se acercó a la sollozante mujer.

—Por supuesto que no volverá a suceder —admitió la monarca, arrastrando detrás la enorme cola del vestido en el que se encontraba metida—. Si no eres capaz de apreciar la belleza de tu reina, tus ojos son un desperdicio.

Tomó la cabeza de la mujer y la levantó en un brusco movimiento para que su cara la observara por última vez. En sus labios rojos, como la sangre, comenzaba a dibujarse una sonrisa maliciosa y cruel. Disfrutaba de ese momento, de causar pánico entre sus subordinados para que jamás dijeran en su presencia que Blancanieves era la más hermosa. Solo el espejo era capaz de reconocerlo y eso hasta que lograra encontrar la manera de deshacerse de la niña.

Alzó el cuchillo que sujetaba en la mano y llevó el afilado objeto hasta el globo ocular de la mujer, quien temblaba y suplicaba el perdón entre sollozos llenos de terror.

La punta de metal se posó en su cornia, en una sola estocada lo atravesaría para sacarlo de su cuenca.

—Majestad —interrumpió un mensajero entrando en la sala, ajeno del espectáculo que estaba dando la monarca.

Los presentes dieron una exhalación de alivio al verlo desviar la atención de su reina. En cambio ella no estaba nada contenta por la interrupción.

—¡¿Qué?! —preguntó en un grito enderezándose. Estaba de ánimos para dar más de una lección a sus sirvientes.

—El cazador que solicitó ya llegó...

El rostro de la reina volvió a recobrar su belleza y sonrió como si la escena anterior jamás hubiera sucedido. Sus increíbles dotes de actuación casi lograban hacer que los demás olvidaran la bestia que se ocultaba detrás de esa perfección facial.

—Y además recibió correspondencia —continuó el mensajero mostrando un sobre rosa tornasol.

La reina lo sujetó entre sus dedos bien cuidados y lo observó. Eso era nuevo.


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