Era costumbre que todos los viernes, muy temprano en la mañana, él ya se encontrara sentado en una de las bancas de ese pasillo de la facultad. A veces tenía un cuaderno entre las piernas, otras jugueteaba con su celular o con su cabello pero siempre esperaba con ansías a que Samanta Salazar cruzara presurosa al frente suyo.
Siempre era igual. Ella caminaba con mucha rapidez por el pasillo, con la mochila colgada en uno de sus hombros, el celular en la mano y la cara de preocupación. Sin embargo y a pesar de su apuro, siempre encontraba el tiempo de saludarlo: Samanta le sonreía y él, feliz, devolvía el gesto.
Eso era la única interacción que ellos habían tenido. A veces se cruzaban por la universidad pero nunca intercambiaron palabra alguna, solo se sonreían y cada uno seguía con su vida. A él le gustaba la idea de acercarse y conversar, quería conocerla y hacerse cercano a ella. Se moría de ganas por, al menos, hablar con Samanta brevemente.
“Te has enamorado” le dijo una vez Carlos, uno de sus amigos, cuando vio como él miraba con tanto interés a Samanta. Él negó todo de inmediato. Carlos estaba malentendiendo todo como de costumbre, pensó él. Pero Carlos se mantuvo firme en su afirmación, él tenía la seguridad de que estaba en lo correcto, él, que lo conocía mejor que nadie, sabía que su amigo, casi sin querer, se había enamorado de Samanta.
“¿Eso está mal?” había preguntado a Carlos y Carlos, luego de pensárselo unos segundos, había dicho “no lo sé, Marquitos, pero mejor que no se enteren”. Y él, Marcos, estaba de acuerdo con su amigo.
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Rosas
Teen FictionComo si se tratara de un milagro, Marcos se aparece en la vida de Samanta en el momento en el que ella más lo necesitaba. Samanta nunca se hubiera imaginado que un completo extraño la ayudaría de esa forma. Ella no ha dejado de pensar en eso, quier...