El deber llama

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Terminé mi croissant en silencio, luego me levanté y fui al baño. Me limpié el cuerpo en el lavabo, llevaba varios días sin lavarme, el agua estaba fría y tenía cierto color café. Aunque no me debería quejar, ya que esto es lo más cercano a una ducha que he tenido a lo largo de siete largos años. Mientras yo me secaba las piernas con el poco papel higiénico que había, una muchacha entró al baño. Y sin prestar atención a lo que yo estaba haciendo, se dirigió directamente a saludarme.

-Hola, ¿tú das servicios especiales? ¿O es tu amiga? - Dijo frunciendo el ceño en gesto de interrogación. Aunque no parece una persona con mala intención debo cuidarme porque la policía anda tras nosotras. Intentan meternos en prisión por ofrecer nuestro cuerpo como negocio para conseguir algo de dinero. Sin embargo, no entienden que esta es la única forma que muchas tenemos para al menos comer una vez al mes.

-¿De qué tipo de trabajos hablamos? - Pregunté un poco dudosa de lo que ella me fuera a responder.

-Tú sabes qué tipo de servicios.- Dijo al tiempo que rodaba sus ojos como si fuese algo obvio y aunque sí lo era no debía arriesgarme.

- Las dos los damos.- Dije sintiendo un poco de vergüenza al admitir que en nuestros trabajos no somos más que un trapo al cual desechar al terminar de usarlo como juguete sexual.

- Les tengo una oferta de un día. ¿Qué te parece?- Dijo con un tono de voz demasiado escandaloso para mi gusto.

- ¿De qué trata la oferta?- Volví a preguntar un poco dudosa.

- Es simple, pero las necesito a ambas.- Esta vez su tono de voz fue fuerte y ahuyentó cualquier duda que pudiese haber tenido.

Mientras la dirigía hacia la mesa donde se encontraba Carolina, me di cuenta de que esto no se trataba de un simple trabajo. El ambiente se sentía un poco extraño, estaba muy frío. Una vez que llegamos a la mesa, la muchacha se presentó, dijo llamarse Vanessa. No había notado lo bonita que era: tenía una cabellera pelirroja, tenía la tez blanca y llena de pecas, su cabello era colocho y largo, llevaba una ropa sencilla con la cual pasaría desapercibida en nuestro pueblo, si acaso tendría unos veintitrés años, tenía unos ojos verdes y profundos que llamaban la atención de cualquier hombre. Nos ofreció 250 francos, lo suficiente para los boletos del tren que necesitábamos y todavía tendríamos 50 francos más.

Estábamos tan desesperadas por el dinero que el trabajo no nos pareció mal. Era solo mostrar nuestro cuerpo una vez más frente a un público, que según Vanessa, lo único que haría era ver. No teníamos ni la menor idea de adónde nos llevarían, pero era la cantidad suficiente para mover a cualquiera que necesitara dinero. A la salida, Vanessa nos llevó a su carro. Y ahí nos cambiamos la ropa por una que ella traía para nosotras. Nos confesó que nos quería a nosotras desde el principio. Ella sabía quiénes éramos, pero era evidente que nunca la habíamos visto antes. Sin embargo, decidí ignorar esa llamada de advertencia que no paraba de sonar en mi mente.

Al entrar al carro vi una foto de la compañía de mi padre. Al instante, supe que ella trabaja para él. Le pregunté dónde iba a ser el trabajo. Al hacerlo, ella me miró con una expresión que hace mucho no veía. Solía verla en el rostro de mi madre cuando no quería decir algo. Recordé aquella noche, fue la última vez que vi esa expresión. Pero, esa vez su expresión no fue de incomodidad, sino de terror. Si yo hubiese tomado otra decisión las cosas serían muy diferentes. En un segundo volví al presente. Íbamos por una autopista, recuerdo haber pasado por aquí antes. Me recordaba a mi niñez: una niñez marcada por el abandono y por la violación de mis derechos como persona. Y al mismo tiempo, me daba nostalgia volver a pasar por aquel pavimento y ver los árboles a cada lado. Los árboles que me vieron crecer, llorar, sufrir, maldecir y planear cada uno de mis movimientos para aquella noche.

El Abismo de OliveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora