La contrariedad

15 0 0
                                    

Llegamos al lugar donde trabajaríamos, era una propiedad privada con personal de seguridad entrenado. Nadie entraba ni salía sin una debida autorización. Cuando entramos al establecimiento me di cuenta de que le pertenecía a mi papá, por un logo de la empresa cerca de la entrada. Carolina se dio cuenta de que yo me sentía incómoda y le preguntó a Vanessa si había alguna posibilidad de no entrar. Vanessa respondió con "un simple no". Dijo que si queríamos el dinero, debíamos entrar. Mi padre era la persona a cargo de la actividad. Él había sido la persona que nos había pedido para este show. Yo sabía que la llamada de advertencia en mi cabeza era algo más que solo una advertencia, pero, ya era muy tarde.

Al entrar, se veía un escenario al final del salón, estaba oscuro, había dos astas en el escenario y nosotras éramos las protagonistas del show. Mientras nos ataban a los postes, reconocí la figura de mi padre. Él me había contratado, él me quería humillar, él me quería ver. Ya me sentía lo suficientemente mal. Los empleados nos empezaron a tocar, quebrando así la promesa de solo ser vista. Nos dieron dinero mientras lentamente los guardas entrenados nos iban quitando cada una de las pocas prendas que Vanessa nos había dado. Finalmente quedamos desnudas. Nos dieron mucho dinero, más el que ya nos habíamos ganado. Hicieron y deshicieron todo lo que quisieron. Nuestros cuerpos ya no nos pertenecían. Al finalizar la actividad, nos dejaron ir. Sin embargo, la humillación que yo había sentido y el asco que se producía en mi estómago cada vez que sentía una mano en mi cuerpo era la misma que me había conducido a aquella trágica noche. Mientras nos vestíamos para salir de la propiedad, miré a Carolina y me di cuenta de que ella sentía lo mismo que yo. También sabía que debía decirle algo.

- Caro, ¿te sientes bien?- Dije en cuanto pude dejar a un lado mi asco hacia mi cuerpo.

- Sí, Olive. Solo espero que esta sea la última vez que tenga que vender mi cuerpo de esa manera.- Dijo con ese tono de voz que me indicaba que tenía ganas de llorar.

- Sí, Caro. Yo también espero eso.- Dije intentando convencerme a mí misma de que en verdad sería la última vez.

Nos fuimos a la estación y compramos los boletos del primer tren a Marsella. Escogimos Marsella porque queríamos estar cerca del mar. Esperamos 30 minutos antes de que llegara el tren. Nos logramos ir de la ciudad. Al fin escapamos de esta pesadilla. Era como salir de un claustro luego de años de costumbre. Parecía un viaje tranquilo y me dormí un rato. En mis sueños nos pude visualizar a Carolina y a mí corriendo a la orilla del mar, dejando atrás Lyon y todos nuestros problemas. O al menos eso creíamos.

De repente, escuché de nuevo aquel sonido que tanto había detestado. Era el sonido de un arma, sin embargo, nuevamente era solo dentro de mi cabeza. Sentí un leve movimiento y al abrir los ojos vi a la ayudante de tren. Me preguntó si yo viajaba con alguien más. Al responderle que sí, me llevó a la caldera. Antes de entrar sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo y pude observar un cabello rubio quemado en una situación deplorable. Un cuerpo semidesnudo, sin pantalón y con los pechos al aire, un condón roto al lado del cuerpo, un charco de sangre que provenía de su cabeza y un golpe en la cara que claramente era la causa de muerte. Era Carolina, lo único que me quedaba después de haber sufrido tanto. La asistente me comentó que la vieron salir con un hombre moreno de ojos verdes y profundos. Inmediatamente supe que esto había sido obra de mi padre. Él era el uno de los guardas de la propiedad privada en la que habíamos estado horas antes, y además era el hermano de Vanessa.

El Abismo de OliveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora