Siempre adoré esa sensación, estar sumergida en el agua, todo desaparecía por un momento. Los sonidos, los olores; todo desaparecía al sumergirme en ella. Quiero decir, no desaparecía del todo pero parecía suceder en otro lugar, lejos... Era tan tranquilo y al mismo tiempo tan frágil, una sola gota, un movimiento y y toda el agua podía convertirse en un hermoso desastre salpicándolo todo...
-¡AZUL!
Shh. Silencio. Las voces iban apagándose al igual que mis pensamientos. ¿Preocuparme? ¿por qué? era lo que siempre había querido; finalmente tenia el valor de hacer lo que es considerado la más grande cobardía: suicidarme.
Me alivió pensar que ese último suspiro iba a ser dado por la Azul tranquila que chapoteaba en la tina y no por la Azul torturada que odiaba hasta el aire en sus pulmones. Odiaba todo y a todos excepto a...Matías. Matías con sus ojos azules y suaves como el terciopelo, Matías el que me hizo sentir cuando yo creía estar más que muerta.
Tal vez si lo estaba.
-¡AZUL!
Era su voz? No, eran las voces en mi cabeza que gritaban y gemían antes de extinguirse por completo...
-Azul, ¡abre la condenada puerta!
Era él, su voz suplicante pidiéndome que quedara.
Pero ya era demasiado tarde.
Escuché como golpeaba la puerta hasta conseguir abrirla. Era inútil, lo hecho, hecho estaba. Ni él ni todo los ruegos del mundo podían regresar el tiempo y evitar que las pastillas estuvieran matándome más despacio de lo que debían.
-Azul, ¿Por qué me haces esto?
-Te he hecho el favor más grande del mundo.
-Azul, ¿Qué tomaste? Maldita sea, ¿Dónde está el frasco?
-No importa cielo, ya es tarde.
Me sacó de la tina. No tenía las fuerzas para oponerme. De esos pensamientos susurrantes, no quedaba nada. Era silencio, finalmente silencio.
-¿Dónde está la maldita ambulancia? Carajo.
Le puse mi dedo sobre los labios y me perdí una vez mas, la última, en sus ojos. Ese azul aterciopelado en el que encontraba el verdadero cielo...
-¿Sabes?-le dije despacio- tus ojos si son más azules que mi pelo. Solo me gustaba llevarte la contraria.
Sonrió angustiado, y me dio un beso en la mano que sostenía con fuerza. O eso logré percibir, a pesar de que mi cuerpo, mi realidad física se volvía cada vez mas borrosa, como una acuarela mojada...
-Vas a estar bien, te lo prometo.
Mis ojos pesaban más y más, hasta ir cerrándose cuando escuché la sirena de una ambulancia.
-Cielo, por favor, no te vayas
Pero ya era tarde. Siempre tarde.