La semana se pasó volando y había olvidado por completo decirle a mi madre que el semestre terminaba ese sábado.
-Ma mañana es la ceremonia de cierre del semestre de los sábados.
-Bien te vas a poner el vestido que te compre hace mil años y que nunca usaste. Solo usas suéteres y suéteres y....
-No te lo he dicho para que me digas que usar. Tienes que ir por mi más temprano.
-¿No puedes venir caminando? Son solo dos manzanas y estoy ocupada este sábado.
-Bien.
¿Para qué me molestaba?
A pesar de todo estaba un poco emocionada. Era la última vez que lo vería. Finalmente libre, era mi oportunidad para olvidarme de todo esto.
Me equivoqué.
Llegué un poco tarde porque mi madre literalmente me obligó a usar el vestido que ella quería. Como si me importara como me veía.
Cuando llegué a mi aula estaba completamente vacía. Bueno, había alguien ahí. Él .
-¿Dónde están todos?-Le pregunté-
-Se han ido a la ceremonia.
-Bueno, debería darme mis notas y me iré.
-Debería. Pero tenemos que hablar.
-No sé de que tendría que hablar con usted.
-¿Has escuchado de las nuevas reglas?
¿Qué coño era esto?
-No, ¿cuál es su punto con esto?
-No te preocupes, voy a leertelo: '' queda terminantemente prohibido para alumnos y profesores permanecer en las aulas durante el receso''.
-Qué interesante, ¿puede darme mis notas?
-Las reglas siempre tienen una razón de ser. Alguien habló con la coordinadora, estaba aparentemente preocupado por lo que sucedía en este edificio durante el receso- podía sentir la rabia con la que me decía esto y más aún al preguntarme- ¿quién crees que fue?
-No fuí yo -le contesté y no estaba mintiendo-
Pero sabía a la perfección quién había sido. Alejandro.
-No te atrevas a mentirme. Podrás engañar a todos, pero a mí no.
¿Quién coños cree que es?
-Vete muy a la mierda- mascullé con rabia-
La expresión de su rostro cambió por primera vez desde que lo conocía, por tan sólo unos segundos.
-¿Sabes? -dijo mientras forzaba una sonrisa- no estoy molesto contigo. Voy a extrañarte.
Y me abrazó. Asco.
-Tengo que irme a la ceremonia.
-Sí, pero no vas a ir a ningún lado.
Sentí sus manos en el broche de mi sostén, y ese miedo que me acechaba de lejos me golpeó directo en el rostro. No solo el miedo me golpeó en el rostro, era la realidad. Se encendió una luz en mi cabeza y supe lo que iba a pasar.
-No te atrevas- le dije-
Me cargó y me tiró con fuerza sobre el escritorio. No, esto no me está pasando. No a mí.
-Déjame ir, YA BASTA.
Lo empujaba con todas mis fuerzas pero a él parecía no importarle en lo más mínimo. Intentaba sostener mis piernas mientras yo pateaba como una loca, me repartía golpes y besos. Era como un nudo extraño de fuerzas.
