Chapter Nine

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Mi vista se aclaraba y mi alma volvía a mi cuerpo. Una luz opacaba mi vista, ¿estoy en el cielo o sigo viva? Cuestioné. Sólo esa pregunta rondaba mi cabeza. Mis ojos enfocaron un bombillo sobre mí. La brillante luz me aturdía, mi mano moví y seguido mi cabeza; estaba en un cuarto de hospital.

Mis padres, Sara y Keily sentados se encontraban a mis costados mirando a la nada. Lágrimas recorrían sus mejillas y la ira junto a la tristeza se hacía notar en sus rostros. Sara levantó su vista y se quedó fija en mí mientras se levantaba a paso lento del asiento en el que segundos antes reposaba. Sus ojos reflejaban ira, tristeza, dolor y decepción; cuatro emociones mostradas en dos aguados ojos café.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué lo hiciste Karina? —Sara jadea con la voz cortada y con el llanto a la vuelta de la esquina.

—Yo... Yo... Yo no —titubeo en busca de las palabras indicadas para contestarle a mi destrozada hermana.

—¡Habla de una maldita vez Karina! ¡Explícame por qué te intentaste suicidar con unas estúpidas pastillas para dormir! ¡Explícame! —grita exasperada en busca de respuestas.

—¿Quieres saber por qué? ¿En serio quieres saber? Está bien. ¡Lo hice porque estoy cansada de mi vida! ¡Cansada de que me traten como a un trapo ya usado! ¡Cansada de las humillaciones! ¡Estoy cansada de todo! —grité, desahogándome de ese dolor que tenía en mi pecho.

Dolor... No, no

—Hija... Yo... Nosotros... No sabíamos —musita mi madre.

—¿Interrumpo algo? —entra un doctor a la habitación cortando el momento.

—No doctor, no interrumpe nada

—Veo que ya despertaste. Tuvimos que llevar acabo un lavado de estómago para eliminar toda la sustancia de las pastillas. Afortunadamente ya todo está en perfecto estado y en un par de horas te podrás ir, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —asentí

—Muy bien. Señora, venga conmigo que necesito que me firme un par de cosas

—Sí, doctor

Mi madre salió del cuarto y todo quedó en absoluto silencio, nadie pronunció palabra alguna. No era un silencio incómodo, si no un silencio que nos llevó a pensar, sobre todo a mí. Pensar todo lo que he pasado, el estado en el que estoy; todo.

Las horas pasaron y me sacaron del hospital, volvimos a casa y me encerré en mi cuarto a descansar aprovechando la falla a la escuela. Mañana tendría que volver y no me gustaría ir cabeceando toda la jornada de clases.

Mi alarma sonó, me levanté de un brinco de la cama y me adentré al baño. Me di una refrescante ducha y me vestí dispuesta a ir al colegio, con la esperanza de que hoy no me molestaran como lo hacen siempre.

Bajé las escaleras ya lista, agarré mi desayuno—que eran unas tostadas y un jugo—y salí abordando el auto de mi padre. Recogimos a Keily y tomamos rumbo al colegio.

Llegamos y bajamos con prisa. El timbre ya había sonado y entramos tarde a clase. Nos hicieron un reporte por la tardanza y tomamos asiento para poner atención.

Las horas y minutos pasaron y dieron la campana de salida, uno de los sonidos más placenteros para mí. Se me hizo extraño el no notar la presencia de todos los populares el día de hoy. Me dio un toque de alivio, pero muy en el fondo sentía que algo no andaba bien.

Bajé por los escalones de la entrada y caminé unos cuantos pasos para llegar a la acera y sentarme a esperar a mi hermana y a Keily. Unas manos se posicionaron en mi espalda y me empujaron a la carretera, los populares me rodearon dejándome sin escapatoria.

—¿Nos extrañaste? —Diiana pregunta con ese tono de diversión permanente en su voz.

—Me hacía falta molestar a alguien, ¡y quien mejor que Karina! —exclama Neydii.

—Por favor, ya no me hagan más daño

—Cállate estúpida —un pie golpeó mi barbilla mandando mi cabeza y mi cuerpo al suelo chocando de una manera muy fuerte.

—Miren a esta tonta. Si te soy sincera, nadie te va a notar, ni mucho menos se va a enamorar de ti. Eres una completa ilusa —Daniela ríe. Sus palabras se clavaron en mi corazón como cuchillos sin piedad, cuchillos que se quedan y después se retiran para que te desangres lentamente. En este caso, para que llores y te destruyas internamente.

De manera repentina se obsevaron mutuamente antes de iniciar a invadir mi cuerpo con puños. Mi mirada se perdió en la nada, no tenía fuerza y mucho menos poseía las ganas de querer luchar para que se detuvieran; espero con ansias que me maten.

Todo se detuvo y ellos se fueron, me dejaron tirada en ese suelo de cemento dolida y destrozada.

—¡Karina! —escucho mi nombre y mis sentidos se activan, unas manos me toman de los brazos y me levantan del suelo —. ¿Qué te pasó?

—Los populares

—¿¡Otra vez!? Espérame aquí, esto no se queda así —Sara da vuelta sobre sus talones dispuesta a buscarlos y golpearlos. Una parte de mí quería que fuera por ellos, pero otra me decía que no la dejara. Hice caso a uno de mis pensamientos y la detuve.

—No, tranquila. Mejor vámonos de aquí

Sara hizo caso y se quedó conmigo, nuestra madre llegó por nosotras y nos llevó a casa. Me encerré en mi cuarto y traté de aplicar algo para aliviar el dolor de los golpes que surgieron debajo de la ropa, siendo estas las únicas heridas que se pueden sanar con alcohol y unas cuantas vendas.

Mi Vida Antes De Morir ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora